Septiembre, el día siguiente al 11
Ayer sobre las doce y algo del mediodía fui hacia al centro, a ver cómo estaba la cosa por la Diada. Las Ramblas estaban como cualquier día festivo. Era en el inicio de la calle Argenteria/Platería donde se empezaba a notar que era un día especial. Bajando hacia Santa María del Mar ya se veían las paredes empapeladas y gente con pañuelos y banderas esteladas. La pendiente de la calle conduce a la iglesia y siguiendo un poco más, empezando a rodear la iglesia dejándola a la izquierda se llega al Fossar. Ah, el Fossar, donde no se entierra a traidores.
El Fossar es un rincón agradable, o al menos a mí me lo parece, o lo era hasta que al teniente de alcalde Portabella se le ocurrió plantar en medio el estrambótico pebetero. Al doblar la primera esquina de la iglesia ya había una concentración de gente considerable y un alegre mercadillo acariciado por el sol se me ofrecía. Lo típico; banderas, pegatinas, libros, cuartillas, revistas, tangas, pañuelos etc.
Gente de todo tipo, un señor bien vestido entrado en años y canas charlando con un treinteañero barbudo vestido de Cumbayá, jóvenes paseando en pandilla pero también muchos cochecitos. Ese ambiente de fiesta mayor de barrio. Transversal a generaciones e incluso a clases sociales, excepto las más bajas, creo no creo que están pero no lo podría asegurar.
Y lo agradable del ambiente es lo perverso. Porque lo que en formas es folklore, encierra violencia. Lo que en otro lado es una madre poniéndole al niño el pañuelo con el escudo del pueblo o con el patrón de las fiestas o cualquier otra estupidez sin importancia, en el Fossar es la madre envolviendo al niño en una bandera nacional, hecho ya en sí nauseabundo, pero con el añadido de la estrella, símbolo del independentismo, es decir, guerra. Los motivos favorables a la independencia, aunque se cubran en conceptos como libertad, opresión, pueblo, liberación o justicia, sólo pueden sustentarse sobre creencias, no sobre hechos, sobre la mística, sobre la pureza de lo catalán contrapuesto a lo que no lo es, y eso en política deviene, si se materializa, en millones de muertos.
Al lado, en el paseo del Borne un nacionalista escocés pronuncia un discurso. Luego le sigue Patxi Urrutia, miembro de la mesa nacional de batasuna. Más o menos lo de siempre. Con él terminan los parlamentos programados. Sube un tipo para decir que para concluir el acto se guardará un minuto de silencio por los caídos en la lucha y por los presos políticos y que luego cantaremos Els Segadors. Antes del silencio me meto en la calle Montcada y me voy.
El Fossar es un rincón agradable, o al menos a mí me lo parece, o lo era hasta que al teniente de alcalde Portabella se le ocurrió plantar en medio el estrambótico pebetero. Al doblar la primera esquina de la iglesia ya había una concentración de gente considerable y un alegre mercadillo acariciado por el sol se me ofrecía. Lo típico; banderas, pegatinas, libros, cuartillas, revistas, tangas, pañuelos etc.
Gente de todo tipo, un señor bien vestido entrado en años y canas charlando con un treinteañero barbudo vestido de Cumbayá, jóvenes paseando en pandilla pero también muchos cochecitos. Ese ambiente de fiesta mayor de barrio. Transversal a generaciones e incluso a clases sociales, excepto las más bajas, creo no creo que están pero no lo podría asegurar.
Y lo agradable del ambiente es lo perverso. Porque lo que en formas es folklore, encierra violencia. Lo que en otro lado es una madre poniéndole al niño el pañuelo con el escudo del pueblo o con el patrón de las fiestas o cualquier otra estupidez sin importancia, en el Fossar es la madre envolviendo al niño en una bandera nacional, hecho ya en sí nauseabundo, pero con el añadido de la estrella, símbolo del independentismo, es decir, guerra. Los motivos favorables a la independencia, aunque se cubran en conceptos como libertad, opresión, pueblo, liberación o justicia, sólo pueden sustentarse sobre creencias, no sobre hechos, sobre la mística, sobre la pureza de lo catalán contrapuesto a lo que no lo es, y eso en política deviene, si se materializa, en millones de muertos.
Al lado, en el paseo del Borne un nacionalista escocés pronuncia un discurso. Luego le sigue Patxi Urrutia, miembro de la mesa nacional de batasuna. Más o menos lo de siempre. Con él terminan los parlamentos programados. Sube un tipo para decir que para concluir el acto se guardará un minuto de silencio por los caídos en la lucha y por los presos políticos y que luego cantaremos Els Segadors. Antes del silencio me meto en la calle Montcada y me voy.
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