martes, septiembre 04, 2007

Burgos

19 de agosto

Ayer me vengo a Burgos. Salgo de Barcelona lloviendo y con nieblas. El aspecto en la autovía es casi de invierno y me acuerdo de que no voy a Manresa. Barro en el coche, pies mojados, labios cortados, nudillos cuarteados, nariz goteando

Cuando voy a Burgos suelo salir de la autopista en Navarrete, poco después de Logroño, y hago los últimos ciento y poco kilómetros por carretera. Casi no había tráfico. El campo tenía color de cosecha, creo. Un día le oí a Robbie Robertson, refiriéndose al sur de los USA que allí la estación más querida o esperada es el otoño, la cosecha. No la primavera o verano que suelen asociarse a un despertar. De eso salió la canción King Harvest has surely come.

Empecé a subir la Pedraja a las seis de la tarde y la luz de esa hora quedaba bonita en los pinos. Y en esos perfiles de pueblo, iglesia, nido y cigüeña. Parece hasta mentira que haya pueblos con cigüeña.

En Burgos duermo en una cama de pueblo con un colchón bueno. En mi casa, en cambio, sigo con la cama que empieza ser excesivamente bohemia. La pelvis penetra en sus entrañas sin dificultad. Eso pensaba el pasado martes, antes de dormir. Había puesto música de Otis Redding y golpeaba la pared con mis nudillos, tumbado de lado, y la pelvis, como decía, clavándose en el colchón pulgoso.

Hoy me he despertado hacia las ocho y me he vuelto a dormir. Y así varias veces hasta casi la hora de comer, con una manta y una colcha.

Viento del norte, hoy. Había que ponerse jersey, como poco, para pasear por el castillo


20 de agosto

Ayer, durante el estado febril que últimamente precede al sueño me acordé del octubre pasado, de cuando llamaba a Nacho, Dani y no sé si alguien más para decirles que iba a volverme malo, diabólico, satánico y a adorar lo maligno. Evidentemente no pasaba de esa tontería telefónica pero el caso es que empezaba a estar cansado de tener las espinillas llenas de moratones.

Qué poca paciencia tengo últimamente con cosas con las que antes tenía mucha más. Será la edad.

La farmacia en la que Iñigo a encargado la vacuna de la varicela para Manuel me queda a mí bastante a mano y muy a desmano a él, sí que por la tarde voy a por ella. Tengo que preguntar por Laura, que ya dice Iñigo que es muy maja, pero se queda corto. Entro y la chic que me atiende ya es Laura y me trae la vacuna. Entonces me dice: son 45. El ridículo es o inevitable o me lo juego al 50%. A mí el clonazepán me cuesta 26 céntimos y hay medicación con receta a precio ridículo y yo en ese momento no sé que la vacuna de la varicela no la cubre el seguro. Además Iñigo me ha dicho n un tono burlón que la vacuna cuesta un pastón. Pensando en todo eso le digo a la encantadora Laura (que se acaba de casar): Perdona la pregunta, pero ¿son euros o céntimos? Siempre, o casi siempre, he pensado que hay que tener cierto talento, inteligencia y gracia para manejar ciertas situaciones. La encantadora Laura encauza la situación de la forma más agradable y salgo de la farmacia sonriendo.




21 de agosto

No consigo levantarme antes de que sea tardísimo. Leo hasta las 3 o las 4 un libro de Umbral y luego me cuesta dormirme.

El libro de Umbral lo compré casi sin querer el otro día en la librería Canuda. El Socialfelipismo. No sabía que existiera y me hizo gracia, Es una primera edición, tal vez única, del año 91.

Estos días en Burgos hace tiempo como para que apetezca tomarse leche caliente.

Esta tarde estaba algo empachado. He comido en casa de Beatriz&Iñigo también con un amigo de Iñigo. Beatriz se ha ido a trabajar a las cuatro y nos hemos quedado los tres con el café, un brandy caro, algo de chocolate y unas pastas de mantequilla francesas.

No he cenado pero he ido contarle a la abuela los pueblos dónde había estado con Iñigo, Olga y David. Hemos comentado el agua transparente que sale de una roca enorme en Cueva de Juarros.










22 de agosto

Voy a comer con esa sensación agradable y un poco estúpida después de unas bravas y dos cañas en poco tiempo, con el estómago casi vacío.

Ayer, al estar en la comarca de Juarros, me quedé con ganas de ir a Mozoncillo. La abuela pasó algunos años de su niñez en ese pueblo con una tía suya. La familia era de otro pueblo pero la mandaron allí, no sé si por tener una boca menos que alimentar, por hacer compañía a la habitual tía solterona, por las dos cosas a la vez o por algún otro motivo. De todos modos nunca le pregunto. Estos días le he estado diciendo de ir a dar una vuelta por ver si se animaba pero ya he visto que no va a querer. Por una parte estoy seguro de que le haría ilusión pero por otro, la única amiga que le queda allí no se puede mover de la cama y tiene demencia.

En Mozoncillo, supongo que en los años 20 (o tal vez antes, no lo sé) llegó alguien o pasó alguien que logró convencer a un señor de que el protestantismo era mejor que el catolicismo y el señor se convirtió. Y bueno, que el pueblo ya tuvo a su “Otro” ante el cual afirmarse y del que decir pestes, marginar, hacer el vacío, etc. Una de sus hijas, de las dos que conozco (deben de ser setentonas, ahora) pasaba una o dos veces por semana por casa a limpiar, cuando mi hermano y yo éramos pequeños.

El señor debió de morir joven y no pudo ser enterrado en el cementerio. Tampoco sé si el hubiera querido, pero la cosa es que en el pueblo no querían el cadáver de un protestante. Ya muy enfermo en la cama, a punto de morir, el cura trató de convencerle para que se confesara y así evitarse el infierno. El señor le contestó que ya se había confesado con Dios.

He dejado el coche en el pueblo, he echado a andar por la carretera y me he salido en un camino que parecía meterse en el monte. La cuesta era bastante fuerte y me oía respirar forzado, además de mis pasos. La cuesta da a un prado inmenso. Debió de ser allí dónde una vez fuimos con la familia y estuvimos cogiendo manzanilla. Un prado que sería ideal para niños sino fuera por los cardos. Es imposible caerse y no pincharse con varios a la vez. Qué rabia me daban los cardos, de pequeño. Había tres casas-establo-granero de piedra. Una abierta y sin la mitad del techo. Las otras dos cerradas. El color del prado, obviamente, era amarillento, pero había estaba lleno de una mata de color entre rojizo y violeta. No sé lo que era, tenía pinta como de arbusto pequeño y aromático pero no olía a nada.

He vuelto al pueblo por otro lado y me he metido en el bar aprovechando que volvía a llover. En el bar me ha atendido uno de esos tipos de gesto torcido y el vino que me ha puesto ha resultado bastante cabezón. En una mesa había cuatro tipos jugando al mus y otro mirando. Hacían eso que se hace por aquí y en el País Vasco de cambiar pretéritos subjuntivos por condicionales.

Volviendo dando un rodeo para pasar por más pueblos he visto a dos corzos en un campo ya cosechado. Me he parado y he intentado acercarme sin mucha esperanza. Y sin resultado. Se han metido en el monte dando saltos.

Ya en Burgos me he encontrado a David y Olga.










23 de agosto

Iñigo me ha invitado a comer. Beatriz se ha ido a trabajar a las cuatro e Iñigo y yo nos hemos ido al sofá. Manuel se ha despertado a las cinco, mosqueado. He ido a la cuna y estaba sentado, con expresión al borde del puchero, el ceño fruncido y muy sudado. Después de un rato de sofá Iñigo le ha dado una cosa de frutas de un color nada agradable (se ha hecho el remolón al comerlo) y dos petit suis que se ha comido a gusto. Me he quedado un rato con él mientras Iñigo dejaba la cocina impecable, recogía la ropa y se duchaba. He visto con Manuel un documental de felinos de la BBC y hemos estado jugando y pasándolo pipa. Ha vuelto Beatriz de trabajar, le hemos vestido y hacia las siete se han ido a ver a una amiga. Antes de pasar a ver a una tía de mi padre a la residencia he ido a Santiago Rodríguez. Es una librería con dos plantas, de la Plaza Mayor. En la planta baja está la papelería y en la planta de arriba están los libros. Es grande y agradable. He ido porque quería comprar una guía de carreteras. También he comprado otro libro. En Santiago Rodríguez te atienden unas señoras recias aunque a veces se cuela alguna chica joven. Mi amiga Beatriz, joven y guapa, trabajó allí a en vacaciones y fines de semana del año 99, igualmente guapa y más joven.





Mi tía de la residencia tiene 81 u 82 años y el año pasado casi se muere cuando la operaron del corazón en Valdecilla. De hecho, la tuvieron que operar dos veces. He estado con ella hasta las nueve, cuando ha sonado un ruido tremendo para que fueran a cenar. He salido al pasillo con ella, que de repente se ha llenado de viejas. Olía como a tortilla de patata con cebolla. Al salir he visto que me había llamado David.

Han ingresado a Olga esta tarde porque mañana le hacen la cesárea. Doy este dato porque cuando cuelgue esto en el blog ya habrá pasado todo y estaremos todos contentos. Me ha dicho David que qué plan tenía y le he dicho que ninguno. O ninguno importante. He ido hasta el Hospital Yagüe y subido a la quinta planta. Olga y David estaban en la sala anterior al pasillo de las habitaciones. Había más gente allí. Olga llevaba una bata rosa. No estaban en la habitación porque la otra chica llevaba desde las ocho de la mañana dilatando y han preferido dejarla sola con su marido. Hemos estado hablando hasta las diez y pico, cuando han mandado a las chicas a sus habitaciones. Se han despedido yo le he dado un beso y un abrazo a Olga. David y yo hemos ido hacia el centro y nos hemos comido unas bravas y unos mejillones en la Mejillonera y un perrito en el Froilán. Mañana a primera hora llevan a Olga al quirófano. Me ha conmovido un poco la situación. Olga con su bata triste, el niño a punto de nacer, el temple y saber estar de Olga, menuda y resuelta, los años de amistad con David y lo inevitablemente lúgubre de un hospital viejo, sus paredes, sus sillas, sus batas, sus carteles, su luz interior.

25 de agosto

Nació ayer Nuño, hijo de Olga y David, antes de las nueve de la mañana. No me achuchéis mucho, decía hoy Olga, que me tiran los puntos.

Me llamó ayer David, con el niño en brazos y la voz pausada.

Desde la meseta ¡Ja! Intento reír, pero me duele la cabeza y el corazón arde, a ratos. Al final me he acabado comiendo el Kebab, a la dos, en la Plaza Mayor, para calmar los gintónics. Poco antes les había dicho a Nuño y Anónima que estaba a muy poco de comprarme un Kebab.


26 de agosto

Está bien la Pécora para ir los domingos si estás de vacaciones a tomar un par de gintónics. Hay cacahuetes y la música suele estar bien, y a veces, muy bien. En los domingos va algún grupito, alguna pareja, algún turista y gente sin nada qué hacer como yo. Entre ellos siempre algunos calaveras o excalaveras de la meseta.

A pesar de la melancolía del domingo no hay la ansiedad del fin de semana. Está bien. En la barra hay una chica, más cerca de los 40 que de los 30, ni guapa ni fea, mueve la cabeza de un modo algo beodo con la música. Bebe cerveza y despacio, pero tal vez lleve horas haciendo lo mismo, no sé. Seguro que nadie la espera. Ni a mí. Habla de la música que suena con el que sirve. Si va borracha es una borrachera leve y amable. Atiende un tipo grandón, el típico heavy fácil de imaginar. Alto, un poco gordo, bigote que es una perilla sin cerrar por la barbilla, pelo largo recogido en una coleta. Hay otro tío a veces, no sé si el otro dueño, que es un tío aun más grande, rapado y serio y que da un poco de miedo. Da la sensación de que no gira el cuello sino el cuerpo entero. El año pasado también había un jovencito con pelo largo y de negro, con raya en medio, parecía Jim Morrison.

Hay casi luna llena y a las 2 am en Burgos hay veinte grados. Poco habitual, y más inhabitual en este verano. Por el espolón me acerco al río. Me fijo en que los sauces se inclinan hacia el río para llorar hacia él. Un pato en el río hace ruidos de pato pero no le veo. Nadie por la calle. Algún turista, alguna chica joven que anda deprisa, algún alcohólico silencioso, un macarrilla sentado frente al telepizza, yo.


27 de agosto

Llevamos dos días de calor en Burgos y es bonito ver como la gente s echa a la calle, come helados y las terrazas se despararraman.

Ceno con Isabel y Rafa. Isa ha preparado una pizza casera. A pesar de que trbaja mañana el Viña Albali, dice ella, la anima a tomarse una copa en la Pécora, que es lo que yo quería. Se toma un ron con cocacola.

En la Iguana, un bar lleno de buenas intenciones, colores y algo de inocencia hay una camarera con ojazos, que se mueve rápido pero con armonía detrás de la barra y tiene algo que no sé qué es que me obliga a mirarla.

Son casi las dos y hay veinticinco grados. Pese a que Isabel dice que la luna llena ya ha sido yo creo que es hoy cuando la hay, y que ayer aún no lo había. Vuelvo sólo con la melancolía de último día en Burgos y el tintineo de las llaves en el bolsillo. Mañana me voy a Madrid donde Anónima y Nuño me acogen. El jueves ya debo dormir en el Cabo de Gata.

Otra vez por el vial del espolón más cercano al río. Sauces, grillos, el río y la baranda a un lado, setos y faroles en el otro. Parte del vapor de sodio del puente de Santa María ilumina el río que baja algo ruidoso. Sólo turistas, el servicio de limpieza y tipos sospechosos en la calle.