viernes, agosto 28, 2009

Burgos, 27 de agosto

Llego a Burgos a las siete de la tarde. Sol y 25 grados. Poco habitual en Burgos por muy verano que sea. Aquí a las nueve aun es de día y siguen los 25 grados. Nada más llegar me pongo a pensar de un modo no muy agradable aquello de que decir adiós es morir un poco. Ahora ya da igual, al menos un poco. No tenía pensando hacer nada porque he llegado a Burgos sin voz pero David y Olga viven muy cerca del piso de mis padres y he cenado con ellos y con Lucas. Nuño, el hijo de Olga y David, acaba de cumplió dos años el lunes y está cada vez más rubio. Iba vestido igual y despeinado igual que siempre pero con esa forma que le queda al pelo después de haberse secado el sudor. La barba demasiado larga lo que hacía desconfiar a Nuño pero sin dejar de mirarla y decirme cosas, llegando a girarse 180 grados mientras comía el pescado con gotas de limón que él mismo deja caer sobre la merluza rebozada. Luego me ha cogido de la mano para ir a jugar con sus coches que aparca en batería en la mesita del salón.

Leche y ducha caliente. Menos de 20 grados, ahora, y algo de viento.