miércoles, septiembre 29, 2010

18 de septiembre

A las once y media salgo de hostal con las maletas. Las llevo al coche y cruzo el pinar pensando en tomar un café en los chiringuitos de la playa. Uno aun no ha abierto y en el otro dicen que no tienen café porque recién abren, dicen. Me tomo una cocacola. Al pagar una mujer gorda y morena me sonríe muy simpática. Mira mi desastrosa cartera vieja y vuelve a sonreír “ozú, la cartera, chiquillo!”.

Salgo. Al pasar por Véjer, sin haberlo pensado, tuerzo hacia los Caños de Meca. El paisaje es hermoso, con esos colores que dentro de una semana echaré de menos, los campos de beige, pinares, arbustos y vacas marrones. Al acercarme al mar van saliendo ventas, camping, gasolineras. Es sábado y hay coches y la travesía se alarga. Hace sol y hay muchos sitios donde comer, de uno de ellos, sale música de los Ramones, bastante alta. Aparco y paseo un poco. Entro en uno de ellos, no muy grande, con a barra fuera y sobre el acantilado. La barra es curva, pido una cerveza y me siento intensamente feliz en ese momento. Tan feliz que pido otra. Luego como un arroz negro en otro sitio y bajo a la playa.

Llego al hotel cerca de Tarifa pasadas las ocho. Es contiguo a un cortijo. Es bonito. El aparcamiento ajardinado y unas mesas frente a la puerta. En una de ellas, charlando, una mujer morena con el pelo corto que al verme llegar se levanta y me sonríe desde el mostrador de reacepción cuando llego a él y me dice que ya era el único al que esperaba. Al ir anotando lo que sale en mi dni dice “Barcelona...nosotros estuvimos 27 años en Terrassa. Se vive mejor aquí.” Me comenta algunas cosas bonitas para ver y me dice que el desayuno está incluido y que no tiene hora “cuando bajes”, añade.

La habitación me gusta, tiene balcón y da a un cercado-A pocos metros un caballo blanco pasta. En una ventana cercana hay un montón de gorriones haciendo ruido. Al otro lado, donde empieza la carretera hacia Bolonia, un puesto de sandías y melones, aunque ni una cosa ni la otra están escritas así.