29 de mayo
Por la mañana
Eran las ocho de la mañana y tal vez ya fuera el dolor de cabeza lo que me ha despertado. O tal vez la vejiga reventona o la luz en la cara. El caso es que me he levantado al baño y me he vuelto a meter en la cama deshecha pero sin limusina esperando en la calle, maldiciendo la semana a la que culpo del dolor de cabeza. Ayer me acosté tarde leyendo la novela que me regaló mi madre por mi cumpleaños y creía que igual dormiría hasta pasadas las doce, pero no, a las once ya me había levantado. Como en la radio hablaban de Salinger, no me he puesto música para ir a la ducha. Luego me he tomado un zumo de naranja. Luego del café con leche y el pan italiano con jamón y queso me he sentado en un rellano de una escalera de obra en los jardines de la tamarita donde hay un banco hecho de lo mismo de los escalones, con restos de humedad y de novela barcelonesa. El dolor de cabeza me quitaba las ganas de los periódicos, pero me he estado un rato. A pesar de eso, no me molestaba el ruido de los pájaros, que así, sin verse entre tanto árbol, tanto verde y tan diferentes los sonidos pensaba en pistas para synclavier, en eslabón perdido entre Edgar Varèse y cierto tipo de música concreta.
Eran las ocho de la mañana y tal vez ya fuera el dolor de cabeza lo que me ha despertado. O tal vez la vejiga reventona o la luz en la cara. El caso es que me he levantado al baño y me he vuelto a meter en la cama deshecha pero sin limusina esperando en la calle, maldiciendo la semana a la que culpo del dolor de cabeza. Ayer me acosté tarde leyendo la novela que me regaló mi madre por mi cumpleaños y creía que igual dormiría hasta pasadas las doce, pero no, a las once ya me había levantado. Como en la radio hablaban de Salinger, no me he puesto música para ir a la ducha. Luego me he tomado un zumo de naranja. Luego del café con leche y el pan italiano con jamón y queso me he sentado en un rellano de una escalera de obra en los jardines de la tamarita donde hay un banco hecho de lo mismo de los escalones, con restos de humedad y de novela barcelonesa. El dolor de cabeza me quitaba las ganas de los periódicos, pero me he estado un rato. A pesar de eso, no me molestaba el ruido de los pájaros, que así, sin verse entre tanto árbol, tanto verde y tan diferentes los sonidos pensaba en pistas para synclavier, en eslabón perdido entre Edgar Varèse y cierto tipo de música concreta.
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