8 de abril
Por la mañana en un pueblo del Bages, paseo, estrechar manos, ayuntamiento, reunión, técnicos municipales, tarjetas y en ese plan.
Un treinteañero, de obvio pasado xirucaire-casal-guitarra-foc de camp, alto y delgado, metido a jefe responsable, piel morena, pelo ondulado, algo aturullado pero agradable y padre de seis hijos.
Un rictus y labios gruesos nada agradables, se nota la saliva pastosa.
Un funcionario de los que siempre sufren con los plazos, de trato muy correcto y parlanchín. Me recuerda al mes de julio de 2005 en que otro nos freía a llamadas diciendo que necesitaba un número, un número, y nosotros le contestábamos que lo tendría por la tarde, como habíamos quedado. Luego ya ni eso porque no nos poníamos al teléfono y el jefe lo toreó con su habitual displicencia y buen humor. De todos modos, un tipo majo ese funcionario, no he tratado casi nada más con él desde entonces, pero le cogí aprecio.
Y nos vamos a detener, claro, en la arquitecta municipal, a pesar de cierta sorna que a veces recibo de trozos de pan bendito. Pero es que ya hay algo que llama la atención, esa fisonomía bonifacia (me gustaría que se aceptara la palabra, me gusta y no se me ocurre sinónimo que no sea “bondadosa” o algo así, que me parece demasiado monjil, es más bien esa bondad tranquila) que tal vez se deba a los ojos grandes un poco saltones, la palidez del rostro y el arco pronunciado de las cejas. El tono de voz acorde con lo anterior, concisa, clara, correcta. No la indolente caradura (que a veces llega a desfachatez) ni tampoco el estrés del funcionario con sus batallitas internas que nos importan un pimiento o preocupado sólo por la presión vecinal y la imagen del consistorio y la fecha de inauguración y la foto en el periódico local.
Pasa un rato y me doy cuenta de los pechos apetecibles en esa mujer de falsa parsimonia. Educada sin cumplidos, amabilidad no impostada. Sobre la camiseta blanca que marcan sus pechos, sin llegar a ser ceñida, lleva una blusa a cuadros que le va grande, abierta. Unos pantalones oscuros y unos zapatos gastados. El clip con el que se recoge el pelo simula una cáscara de concha. En fin, su estilo, alejado de ese atuendo progre a lo Imma Mayol, esas pijas con rodeos. Simplemente una blusa vieja, sin mas, abierta, una camiseta cualquiera y unos zapatos planos y cómodos.
Un treinteañero, de obvio pasado xirucaire-casal-guitarra-foc de camp, alto y delgado, metido a jefe responsable, piel morena, pelo ondulado, algo aturullado pero agradable y padre de seis hijos.
Un rictus y labios gruesos nada agradables, se nota la saliva pastosa.
Un funcionario de los que siempre sufren con los plazos, de trato muy correcto y parlanchín. Me recuerda al mes de julio de 2005 en que otro nos freía a llamadas diciendo que necesitaba un número, un número, y nosotros le contestábamos que lo tendría por la tarde, como habíamos quedado. Luego ya ni eso porque no nos poníamos al teléfono y el jefe lo toreó con su habitual displicencia y buen humor. De todos modos, un tipo majo ese funcionario, no he tratado casi nada más con él desde entonces, pero le cogí aprecio.
Y nos vamos a detener, claro, en la arquitecta municipal, a pesar de cierta sorna que a veces recibo de trozos de pan bendito. Pero es que ya hay algo que llama la atención, esa fisonomía bonifacia (me gustaría que se aceptara la palabra, me gusta y no se me ocurre sinónimo que no sea “bondadosa” o algo así, que me parece demasiado monjil, es más bien esa bondad tranquila) que tal vez se deba a los ojos grandes un poco saltones, la palidez del rostro y el arco pronunciado de las cejas. El tono de voz acorde con lo anterior, concisa, clara, correcta. No la indolente caradura (que a veces llega a desfachatez) ni tampoco el estrés del funcionario con sus batallitas internas que nos importan un pimiento o preocupado sólo por la presión vecinal y la imagen del consistorio y la fecha de inauguración y la foto en el periódico local.
Pasa un rato y me doy cuenta de los pechos apetecibles en esa mujer de falsa parsimonia. Educada sin cumplidos, amabilidad no impostada. Sobre la camiseta blanca que marcan sus pechos, sin llegar a ser ceñida, lleva una blusa a cuadros que le va grande, abierta. Unos pantalones oscuros y unos zapatos gastados. El clip con el que se recoge el pelo simula una cáscara de concha. En fin, su estilo, alejado de ese atuendo progre a lo Imma Mayol, esas pijas con rodeos. Simplemente una blusa vieja, sin mas, abierta, una camiseta cualquiera y unos zapatos planos y cómodos.
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