26 de septiembre and my sweet love ain't around
No ha empezado mal el día aunque lo acabe amuermado. Lo de Paquirri. De las cosas que quedan fijadas en algún lado. Esa sórdida ambulancia, un color amarillento, no sé si la piel gitana o la escena entera. Y en algún momento dijo Paquirri:
Doctor, la corná es gorda, tiene dos trayectorias... abra lo que tenga que abrir.. tranquilo... el resto está en sus manos",
Asombra que la sangre le saliera así de helada al torero. Como no me gustan (o más bien, no sé nada de) lo toros, no tengo ora asociación posible que no sea el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Un treintañero bello muriéndose desangrado. Y bella la escena, aunque fuera muerte y sólo muerte.
[...]
un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones del bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro, solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.
Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
[...]
Durante la mañana. Una ducha sin prisa, unas uvas, un café de la nueva cafetera (la china me dijo que salían tres cafés pero salen dos). Los periódicos, la frutería, el súper y en ese plan. Cuando vuelvo del súper le abro la puerta a una viejita de esas que parece que vayan a volar con las hojas del plátano, menudita, con su bolsa de la compra colgada del polo. En el ascensor me huele a dentista. No se le borra una sonrisa de la cara, el gesto no cambian en todo ese rato, como congelado. Es muy vieja y se me ocurre que tal vez tenga esa sonrisa todo el día. La sonrisa no se mueve pero los ojos son inquietos. Cuando llegamos a su piso antes que el mío me dice, adorable, que tiene que salir muy rápido porque si no el ascensor sigue para arriba. Le digo que no se preocupe que le abriré la puerta. Si la señora tiene ese miedo será porque algún día no habrá llegado a poder abrir la puerta del ascensor y habrá ido a saber qué piso. Y pienso en la viejita sonriente y huesuda con los ojos asustados subiendo sin saber dónde va a parar.
Me gustan los blues con violín y pienso en que todo esta sábado sucede así porque my sweet love ain’t around. Si no sucede así es lo que queda ahora.
Doctor, la corná es gorda, tiene dos trayectorias... abra lo que tenga que abrir.. tranquilo... el resto está en sus manos",
Asombra que la sangre le saliera así de helada al torero. Como no me gustan (o más bien, no sé nada de) lo toros, no tengo ora asociación posible que no sea el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Un treintañero bello muriéndose desangrado. Y bella la escena, aunque fuera muerte y sólo muerte.
[...]
un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones del bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro, solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.
Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
[...]
Durante la mañana. Una ducha sin prisa, unas uvas, un café de la nueva cafetera (la china me dijo que salían tres cafés pero salen dos). Los periódicos, la frutería, el súper y en ese plan. Cuando vuelvo del súper le abro la puerta a una viejita de esas que parece que vayan a volar con las hojas del plátano, menudita, con su bolsa de la compra colgada del polo. En el ascensor me huele a dentista. No se le borra una sonrisa de la cara, el gesto no cambian en todo ese rato, como congelado. Es muy vieja y se me ocurre que tal vez tenga esa sonrisa todo el día. La sonrisa no se mueve pero los ojos son inquietos. Cuando llegamos a su piso antes que el mío me dice, adorable, que tiene que salir muy rápido porque si no el ascensor sigue para arriba. Le digo que no se preocupe que le abriré la puerta. Si la señora tiene ese miedo será porque algún día no habrá llegado a poder abrir la puerta del ascensor y habrá ido a saber qué piso. Y pienso en la viejita sonriente y huesuda con los ojos asustados subiendo sin saber dónde va a parar.
Me gustan los blues con violín y pienso en que todo esta sábado sucede así porque my sweet love ain’t around. Si no sucede así es lo que queda ahora.
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