1 de noviembre
Lo que empezó el viernes sobre las nueve de la noche con abrazos, besos y palmadas afectuosas terminó, en mi caso, el domingo por la tarde saliendo de la autovía de mala manera a la altura de Lerma para dejar el coche en el arcén, abrir la puerta y escupir el vómito que empezaba a acumulárseme. En los minutos anteriores había sentido hormigueos en la extremidades.
Los afectados fuimos Iñigo, mi preciosa Beatriz (prima mía), David, Iván y yo. Noche de náuseas, arcadas, algún que otro delirio, temblores y calambres y sueños repetitivos. A mí me retumbaba Joan Baez en la cabeza, entre otras cosas. Pasé tanto rato en la cama como en el baño de mi tía con la cabeza apoyada en el lavabo o sobre mis manos, sentado en el suelo y acodado en la taza del inodoro. Dejé de vomitar el lunes a las ocho de la mañana. Había empezado en domingo a las tres de la tarde.
Además de eso, también quedarán indelebles los gorgoritos y sonrisas de mi amigo Manuel.
Los afectados fuimos Iñigo, mi preciosa Beatriz (prima mía), David, Iván y yo. Noche de náuseas, arcadas, algún que otro delirio, temblores y calambres y sueños repetitivos. A mí me retumbaba Joan Baez en la cabeza, entre otras cosas. Pasé tanto rato en la cama como en el baño de mi tía con la cabeza apoyada en el lavabo o sobre mis manos, sentado en el suelo y acodado en la taza del inodoro. Dejé de vomitar el lunes a las ocho de la mañana. Había empezado en domingo a las tres de la tarde.
Además de eso, también quedarán indelebles los gorgoritos y sonrisas de mi amigo Manuel.
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