lunes, mayo 14, 2007

Íngrid

Lo que tenía pensado para ayer sábado por la tarde cambió al recibir un sms de Ingrid a las tres y media. A inicios de semana llevaba tres días sin apenas dormir ni comer y sigue un poco igual. Cuando no trabaja fuma, bebe café y mira la pared o se distrae con lo que puede.

Quedé con ella a las seis. Llegué un poco tarde porque se me ocurrió llevarle una rosa que compré en Las Ramblas. La señora que me la vendió era auténtica, septuagenaria, y cada vez que se dirigía a mí me llamaba guapo.

Íngrid me esperaba en un café de Vía Layetana, estaba en la última mesa, en una esquina, con un libro y una cocacola. Se alegró por la rosa y me agradeció mucho que hubiese ido. Llevaba un vestido blanco y una especie de chal rosa, de la Índia. Ya noté que, como siempre, llevaba un perfume bueno o caro. Me contó con detalle lo que me había adelantado hace unos días. Hacía más de tres años que algo así no su cedía: Ingrid y yo hablando en un café.

Hubo un tiempo en que Ingrid fue mi mejor amiga o mi mejor cómplice. Poco después dejamos de dirigirnos la palabra. Y meses después volvimos a dirigirnos la palabra, pero de otra forma. Hasta hace unos meses, en que sentí que lo malo que hubo entre nosotros volaba y se iba para siempre.

Cambiamos de sitio. Fuimos a uno muy agradable y bonito, en Sant Pere més alt (mi madre la llama “Alta de Sant Pere”). Ingrid ya había hecho suya la rosa y le llevaba con elegancia. Nos sentamos en un sofá viejo y bonito que se hundía. Pedimos mojito y caipirinhas y ella también pidió algo para comer, de lo que me alegré. Es buena señal que se te abra el estómago en épocas así.

Me contó una historia digna de Rohmer, empezaba a finales de los noventa y termianba en el 2006. Le dije que hay que tener talento para contar algunas historias. Pero parte del talento de Ingrid es provocar algunas historias. Pocas personas son capaces de ello. También me dijo que el perfume que lavaba le había costado setenta euros.

Presumo de conocer a Ingrid como poca gente la conoce. Tiene un corazón enorme y una sensibilidad exquisita. Pero también le pierde la precipitación y el orgullo. Juzga erróneamente algunas personas y se equivoca valorando situaciones a veces. En mi opinión, claro. Y luego ella se da cuenta.

En algunas cosas y sobre algunas personas no es que pensemos diferente, es que pensamos lo contrario. Aunque nunca dejaré de admirar cómo ha afrontado los palos que le ha dado la vida y su capacidad de sobreponerse. Incluso a situaciones que a más de uno destrozaría los nervios y la autoestima.

También tiene el mérito de hacerse perdonar todas sus trastadas, algunas de ellas, verdaderas chiquilladas que al recordarlas me río mucho. Su tendencia a la extravagancia y su gracia y sus prontos creo que no dejan ver todo lo que tiene. Siempre me ha preocupado que la gente se quedara sólo con sus ocurrencias y payasadas y no la considerara como lo que realmente es y tiene dentro.


Ingrid se echaba hacia atrás y se recostaba con gracia. Nos mirábamos, nos reíamos, nos poníamos serios, decíamos tonterías y cosas importantes. Yo llevo más de un año teniéndola, auque sea a distancia, como confidente para un tema, mi tema, que a veces todo lo contamina y a veces lo domino.

Hace un año escribí aquí que tal vez tuviera el mejor escote de la empresa. También tiene una piel estupenda y gracia para mirarte cuando hablas con ella. Tiene chispa en los ojos. Eran casi las diez cuando nos dijeron que el local empezaba a ocuparse por gente que iba a cenar. Pagamos y nos fuimos.

Quiso llevarme a un sitio dominicano, barato y bullicioso, pero no había sitio. Fuimos a buscar un kebab. Dejó a medias, como siempre, la cocacola. Dejo enfriar, como siempre, el cortado. Como siempre, como antes.

Eran mas de las doce y el sitio cerraba. Nos fuimos y entramos en otro sitio. Pedí un gintónic y ella una cocacola. No había cocacola sino una cosa un poco absurdo que se llama Canada Dry o algo así. Me hizo pronunciar por tercera vez un brindis, sabiendo ella que abrumo en esos momentos solemnes que a ella tanto le gustan. Fue bonito sentir esa mirada y esa sonrisa otra vez.

Nos fuimos. Ella estaba cerca pero me pidió que la acompañara a casa de su hermana, que es donde ella está ahora. Hay manguis y tirones en esa zona y a esas horas. Era la una y media, casi. Nos despedimos con un abrazo que duró bastante, diciéndome ella otra vez “gràcies, gràcies”. Le di un par de consejos bastante obvios y le besé la frente. Ella me besó en la mejilla. Me fui hacia Vía Layetana por Sant Pere més baix (La baixa de Sant Pere lo llama mi madre).

Anejo:

En el Blog de Jordi, 23 de abril de 2004:

Me he quedado con dos pétalos de Íngrid.

Soundtrack1:

I say high, you say low
You say why, and I say I don't know

Soundtrack 2:

There are places i'll remember
All my life though some have changed
Some forever not for better
Some have gone and some remain
All these places have their moments
With lovers and friends i still can recall
Some are dead and some are living
In my life i've loved them all


But of all these friends and lovers
There is no one compares with you
And these memories lose their meaning
When i think of love as something new
Though i know i'll never lose affection
For people and things that went before
I know i'll often stop and think about them

In my life i love you more