13 al 15/4
13 de abril
En el Sidecar ayer. Como Unamuno que veía historia, intrahistoria, en los campesinos de Castilla. Acodado viendo la vida de una trentaymuchos. Delgada aun puede enseñar la cintura. Los ojos bonitos y los hoyuelos, el maquillaje y la poca luz absorben lo que es menos agradable. Es ésa pero hay millones. La sensación de que hay gente que nunca encaja del todo, si me acercara más creo que vería los años, las décadas, el amor que no lleva a ningún lado y los hijos no pretendidos, las heridas ya secas o casi, geología de los últimos quince o veinte años de millones de mujeres que toman copas y hablan los sábados por la noche.
Las de veinticinco, en cambio, evaporan aun el perfume entre los muslos.
Está bien el Sidecar. La barra, las bóvedas, alargado, la gente. Camisetas, un tipo con una de la gira de la banda de Kusturika, otro con unas alas de ángel dibujadas en la espalda. La belleza anémica de una camarera con los labios siempre muy rojos, la otra siempre andrógina, los chicos y aireando axilas recogiendo las botellas de Estrella vacías que toma casi todo el mundo, porteros sin tic ni ese absurdo ceño fruncido
14 d’abril
Ahir, la noia que es va aixecar per si tenia foc, estirada sobre la peça de roba per estirar-se sobre la gespa. Cambia de postura, lia cigarrets, llegeix una novel·la en edició de butxaca, molt rebregada, gruixuda. Arremangat el vestit fins les cuixes, els tirants baixats i el vestit deixant veure les vores del sostenidor. És joveneta i m’ha semblat que té un català refinat no del tot de Barcelona, amb certa cantarella.
Les noies a l’abril, que com els gats busquen els rectangles de sol i tanquen els ulls, tan bufons.
15 de abril
Pensando en una explicación daliniana a la urticaria. O patafísica. Acaso umbraloide.
Una reacción amorosa, un amor amariscado y rosa, un amor pasado de vueltas y el cuerpo pide calma, los versos que no me salen eruptando en mis codos, los granos ya secos en mis muñecas como desamores curados, joviales granos adolescentes aun sin color porque no los he rascado después de cenar en los antebrazos, gritan libertad.
O el picor en la tarde en la oficina que ya avisa de que va a sonar el teléfono.
Engullo los nervios y luego me sale urticaria. Pero al menos nadie dice nada de litio, como hace dos años. Litio, Dios, hay cosas, querido, que no deben decirse, ni aunque sean verdad.
En al ambulatorio soy casi el último porque tienen que pasar todas las visitas programadas y casi todas las no programadas, entre las que estoy. Detrás de mí sólo una anciana que lleva una camiseta y dos chicas con carpeta de la UPC, una de ellas lleva la píldora del día después en el rostro. O algo parecido. Y la otra es una pija y un cielo con su amiga.
Volviendo hacia la oficina en por la avenida Tarradellas veo a un tipo con una cámara con un enorme objetivo frente al monumento a José Antonio. Otro tipo joven, argentino con perilla y una libretita se me acerca y me dice que si me puede hacer unas preguntas cortas. Le digo que vale. No haría falta preguntar nada. Si sé para quién es el monumento, que qué me parece que haya un monumento así, si creo que la gente sabe su significado y si me parecería bien su retirada. Me sonríe cortésmente mientras le respondo y me da las gracias.
En el Sidecar ayer. Como Unamuno que veía historia, intrahistoria, en los campesinos de Castilla. Acodado viendo la vida de una trentaymuchos. Delgada aun puede enseñar la cintura. Los ojos bonitos y los hoyuelos, el maquillaje y la poca luz absorben lo que es menos agradable. Es ésa pero hay millones. La sensación de que hay gente que nunca encaja del todo, si me acercara más creo que vería los años, las décadas, el amor que no lleva a ningún lado y los hijos no pretendidos, las heridas ya secas o casi, geología de los últimos quince o veinte años de millones de mujeres que toman copas y hablan los sábados por la noche.
Las de veinticinco, en cambio, evaporan aun el perfume entre los muslos.
Está bien el Sidecar. La barra, las bóvedas, alargado, la gente. Camisetas, un tipo con una de la gira de la banda de Kusturika, otro con unas alas de ángel dibujadas en la espalda. La belleza anémica de una camarera con los labios siempre muy rojos, la otra siempre andrógina, los chicos y aireando axilas recogiendo las botellas de Estrella vacías que toma casi todo el mundo, porteros sin tic ni ese absurdo ceño fruncido
14 d’abril
Ahir, la noia que es va aixecar per si tenia foc, estirada sobre la peça de roba per estirar-se sobre la gespa. Cambia de postura, lia cigarrets, llegeix una novel·la en edició de butxaca, molt rebregada, gruixuda. Arremangat el vestit fins les cuixes, els tirants baixats i el vestit deixant veure les vores del sostenidor. És joveneta i m’ha semblat que té un català refinat no del tot de Barcelona, amb certa cantarella.
Les noies a l’abril, que com els gats busquen els rectangles de sol i tanquen els ulls, tan bufons.
15 de abril
Pensando en una explicación daliniana a la urticaria. O patafísica. Acaso umbraloide.
Una reacción amorosa, un amor amariscado y rosa, un amor pasado de vueltas y el cuerpo pide calma, los versos que no me salen eruptando en mis codos, los granos ya secos en mis muñecas como desamores curados, joviales granos adolescentes aun sin color porque no los he rascado después de cenar en los antebrazos, gritan libertad.
O el picor en la tarde en la oficina que ya avisa de que va a sonar el teléfono.
Engullo los nervios y luego me sale urticaria. Pero al menos nadie dice nada de litio, como hace dos años. Litio, Dios, hay cosas, querido, que no deben decirse, ni aunque sean verdad.
En al ambulatorio soy casi el último porque tienen que pasar todas las visitas programadas y casi todas las no programadas, entre las que estoy. Detrás de mí sólo una anciana que lleva una camiseta y dos chicas con carpeta de la UPC, una de ellas lleva la píldora del día después en el rostro. O algo parecido. Y la otra es una pija y un cielo con su amiga.
Volviendo hacia la oficina en por la avenida Tarradellas veo a un tipo con una cámara con un enorme objetivo frente al monumento a José Antonio. Otro tipo joven, argentino con perilla y una libretita se me acerca y me dice que si me puede hacer unas preguntas cortas. Le digo que vale. No haría falta preguntar nada. Si sé para quién es el monumento, que qué me parece que haya un monumento así, si creo que la gente sabe su significado y si me parecería bien su retirada. Me sonríe cortésmente mientras le respondo y me da las gracias.
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