martes, octubre 12, 2010

11 de octubre

Frente al temporal pero dentro de casa. Una infusión y buen pop en el equipo de música y la tele encendida sin volumen. Antes de cenar y el cansancio que sucede al insomnio del domingo. Pero bien. Dándole vueltas en que sin un tipo rico al que le sucedían mil calamidades (básicamente que su novia se lo llevaba todo y les contaba a sus papás historias de alcoholismo y crueldad) se solazaba con una cerveza helada en una tarde de verano haciendo el vago, yo puedo sentir algo parecido en un temporal de otoño, metido en casa con una taza y escuchando pop de largas secuencias. Y que mañana no se trabaja y puedo leer asta que tenga sueño la novela de Baroja en la que estoy y quién he vuelto en el horizonte de mi juventud.

Tal vez sea la música clásica más complicada por la longitud de sus secuencias y que si las neuronas no se impacientan ello sea beneficioso. Pero se puede lograr algo parecido en ciertas composiciones pop o rock (sin tomar en cuenta las letras) sin llegar al rock sinfónico. Me refiero a la estructura qye se repite, no a un solo de flauta, por ejemplo, de una banda de los 70 en un estadio.

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Ha pasado un rato y he cenado. En el dvd“Caballos Salvajes”. La vi en el cine en verano del 96 y la volvía a ver este verano y me sigue gustando. Cerca, una copa de verdejo. Cuando cocino pienso, pero pienso poco y liviano. Me gusta ver como irrumpe el verde de los guisantes en el color casi uniforme que poco a poco resulta del tomate, el pimiento, el calabacín y la berenjena. Poco después habrá de ir el cuscús que con esa amabilidad árabe deje impregnarse de agua y colores.


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Tengo sueño y me voy a ir a dormir. Con esa lucidez extraña que a ves el cansancio da. Pensando en lo que me ha hecho sentir atemorizado, hoy, a ratos. Un temor pequeñoburgués que mi generación no ha sentido de un modo global. Ya son ocho años y de un modo más o menos firme pienso que no he estorbado ni he tenido una ambición inoportuna, más bien algo que puede pensarse indolencia sin serlo, que me he esforzado lo necesario y a veces más de lo razonable. Y ahora apagado y gastado como una tiza que sólo ella recuerda lo que ha escrito y lo que no. Y que, al fin, nadie dirá las cursilerías que uno tiene que decir solo. Ni nada.