6 de noviembre, sábado
Una llamada me ha sacado de la cama. Bien, porque ya eran las once. Con la temperatura, el sol y la luz, me ha quedado el pelo como primaveral, frágil, claro, desordenado. En donde me tomo el café y leo los periódicos de sábado no había sitio en la barra y me he sentado. A mi izquierda los de siempre, señores mayores y elegantes (uno parece un médico culto y jubilado, burgués) que pasan horas allí, toman cafés, hablan o se quedan callados mirando hacia fuera. Tosen todos, fuman todos, esas toses que angustian un poco por su ruido.
En la Tamarita hay un cumpleaños. Los peques se persiguen, beben zumos o patean un balón. En la hora previa al mediodía solar ha habido una buena porción de buenos culos, pantalones ajustados al sol. Una madre treinteañera de las que siempre vuelven en otoño con sus pelos largos y lacios y sus botas, alguna cursi del barrio que toma refrescos con sus amigos en la terraza de Kennedy, una turista alta y caderona enfunda sus piernas vestidas de tela como de esquijama gris en unas botas negras y bambolea sus nalgas esponjosas, una chica joven que pasea su perro, su novio y sus bolso en vaqueros, esos culos que se quedan algo horizontales, más elípticos que redondos.
Como la parte central del jardín lo ocupan los peques y los padres me aparto un poco y me siento en un banco de grandes baldosas cerámicas, pegado a un invernadero de los de antes donde hay helechos y ventanas para mirar al revés, hacia adentro. El sol es estupendo y me quedo en manga corta, un joven con acné y educación me pide fuego, las rosas se cierran marchitándose, más tiestos con helechos, robles, escaleras, hiedra. Frente al edificio de la Rotonda un bebé con fino pelo rubio va tieso en el carrito, el cuello como los patos en el río, está gracioso con su chupete y las manos apoyadas en el asa del carrito, como alguien importante que ligeramente se inclina hacia delante, como alguien que juzga y pondera lo que le rodea.
Leo que solo, cuando signifique solamente, dejará de llevar acento en diciembre. Recuerdo, entonces, las últimas páginas del ensayo “Desde la incertidumbre”. Me cuesta, a veces, volver a Albiac, pero en aquellos años me influyó enormemente y aprendí mucho y me sugirió otro tanto; el marxismo, Saint Just, Freud, Trotsky, Platón, Chateubriand, etc. En esas últimas páginas se recordaba a Pessoa y aquello de que “leer no es vivir, dejad de vivir, leed” y luego, eso creo que salía del filósofo y no del poeta, algo tan bello como preguntarse si se podía vivir “leyendo solo, leyendo sólo”.
En la Tamarita hay un cumpleaños. Los peques se persiguen, beben zumos o patean un balón. En la hora previa al mediodía solar ha habido una buena porción de buenos culos, pantalones ajustados al sol. Una madre treinteañera de las que siempre vuelven en otoño con sus pelos largos y lacios y sus botas, alguna cursi del barrio que toma refrescos con sus amigos en la terraza de Kennedy, una turista alta y caderona enfunda sus piernas vestidas de tela como de esquijama gris en unas botas negras y bambolea sus nalgas esponjosas, una chica joven que pasea su perro, su novio y sus bolso en vaqueros, esos culos que se quedan algo horizontales, más elípticos que redondos.
Como la parte central del jardín lo ocupan los peques y los padres me aparto un poco y me siento en un banco de grandes baldosas cerámicas, pegado a un invernadero de los de antes donde hay helechos y ventanas para mirar al revés, hacia adentro. El sol es estupendo y me quedo en manga corta, un joven con acné y educación me pide fuego, las rosas se cierran marchitándose, más tiestos con helechos, robles, escaleras, hiedra. Frente al edificio de la Rotonda un bebé con fino pelo rubio va tieso en el carrito, el cuello como los patos en el río, está gracioso con su chupete y las manos apoyadas en el asa del carrito, como alguien importante que ligeramente se inclina hacia delante, como alguien que juzga y pondera lo que le rodea.
Leo que solo, cuando signifique solamente, dejará de llevar acento en diciembre. Recuerdo, entonces, las últimas páginas del ensayo “Desde la incertidumbre”. Me cuesta, a veces, volver a Albiac, pero en aquellos años me influyó enormemente y aprendí mucho y me sugirió otro tanto; el marxismo, Saint Just, Freud, Trotsky, Platón, Chateubriand, etc. En esas últimas páginas se recordaba a Pessoa y aquello de que “leer no es vivir, dejad de vivir, leed” y luego, eso creo que salía del filósofo y no del poeta, algo tan bello como preguntarse si se podía vivir “leyendo solo, leyendo sólo”.
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