lunes, septiembre 17, 2007

17 de septiembre

La imponente y meritoria belleza de los cuatro últimos tiros libres de Kirilenko ayer.

Flap, flap, flap, flap.

Y aunque Calderón tal vez saltara con demasiada facilidad antes la finta, el gran tiro de Holden, y sobretodo, la capacidad de buscarlo. El tío tiene unos movimientos inverosímiles que con un marcaje asfixiante le permiten obtener el espacio suficiente para jugársela.

Me entero de que Javier Ortiz deja El Mundo. Previsible y triste a pesar de todo. Desde hace tiempo me parecía un tipo pedorro y prescindible. Ideológicamente esa especie de peneuvismo de izquierdas, como ese lamentable Madrazo. Además me recordaba a un personaje de una novela de Stevenson, Aventuras de un cadáver, donde había un anciano conferenciante que se plantaba ante cualquier grupo de gente y empezaba a largar sobre cualquier tontería que hubiese observado ese día. Era muy divertido. Lo digo con cierta pena porque a ese tipo lo leo desde que empecé a comprar El Mundo y no deja de ser un poco triste que alguien que vive de escribir se seque del todo, se enrede con el estilo, adorne su biografía, pretenda juegos de palabras y yerre en el tono. Es la impresión que me da, ibarrechismos aparte. Tal vez hubiera perdido el sitio. Si la izquierda de la izquierda tenía una ubicación fácil, política y moral, durante el felipismo, los ocho años de Aznar, la victoria de Zapatero, la retirada de Anguita y la multiplicación de los nacionalismos y cuestiones nacionales lo han enredado todo, creo yo.

Por cierto que yo voy dando conferencias constantemente y mentalmente. Pero no me atrevo a subirme a nada para decir algo. Por eso estoy aquí, claro.

Los Jardines Moragas están en medio de la isla de Madrazo, Rector Ubach, Aribau y Muntaner. Los cerdió la familia Moragas al Ayuntamiento. No sé si es la misma que la del general. Empecé a pasar ratos allí cuando empecé a trabajar en la empresa, que entonces tenía la oficina en Aribau con Laforja. Tiene una vegetación espesísima y algunos bancos y fuentes antiguas. Y demasiadas palomas. Cuando hace calor sucede, además, algo desagradable. Se forma a veces un charco delante de un banco de obra muy largo a causa de una boca de riego. Cuando hace calor, decía, las palomas mojan allí sus alas y al evaporarse el olor da bastante asco, por pestilente y lo que sugiere. Y más asco da ver una paloma desastrada que se ha metido del todo en el charco. Los loros, además, y otros pájaros arman a veces un tarrabastall considerable. Pero cuando se esta bien, se está muy bien.