miércoles, junio 04, 2008

3 de junio

Las cortinas, la noche, la espantosa luz esférica demasiado baja. Tanto que si me siento debajo al levantarme me doy en la cabeza. Eso determina la posición del sofá que era de mis padres y mi hermano. Llevo dos años queriendo otro pero desde hace dos meses me gusta cada vez más. La estructura de madera tan curva y las flores dibujadas en un tejido blanco. Además, cuando vivía con mi hermano y mis padres era el sitio donde más a gusto estaba, a pesar de otro estupendo sofá negro enfundado en cuero. Con un cojín entre mi cabeza y uno de sus brazos y las pantorrillas sobre el brazo de madera de la otra plaza, orientado mi cuerpo hacia la tele y tal vez con Moonriver, el gato, sobre el pecho. Precioso gato con unas orejas afiladas, tiernas y finas, que cerraba los ojos al hablarle acariciándole las orejas negras de gato siamés, frías y alertas. Hay que fijarse en las orejas de los gatos, si todo le da igual, si se enfada, si juega, si una está tiesa porque está pendiente de algo. Era divertido cuando era pequeño y confundía las cosas. Cuando jugaba a pelearse con nosotros o simplemente estaba juguetón arrugaba las orejas hacia atrás, como si estuviera enfadado. Mi madre le decia:

- No posis orelles de dolent!

Cuando hacía alguna trastada mi madre le gritaba “pocavergonya”.

Marta tiene un gato que se llama “Trasto”. Es joven, no como el mío que ya tiene doce años. El sábado al salir de la oficina me dijo que iba el cine con dos amigos, yo estaba casi arrastrándome y sólo quería cerveza fría. Casi no tenía conversación pero le conté algo y le dije algo que había leído en Mortal y Rosa. No sé si era de Umbral o lo citaba, pero le dije lo de qué mundo es éste que permite niños enfermos. Obvio que es algo no racionalizable y por tanto algo poético. Tal vez tenga algo de filosófico al preguntarse el qué, pero se resuelve rápido y se impone la poesía. Sólo queda la poesía de preguntarse cómo es posible. Cómo y mil veces cómo. La poesía concretada en conversación cansada. Pensé en que cuando le contaba algo no acumulaba sal en los ojos, ni siquiera me fallaba la voz, como siempre me había pasado cuando le cuento lo que a ella le contaba, las pocas veces que lo he contado.

Ayer lunes todo empieza a bajar aflora la neura. Treinta días trabajando alterado. La neura viene por algo que podía haber sido cualquier cosa y me pongo a sudar. Al aparcar hoy el coche a las diez vuelve la neura pero de otra forma, la neura de la neura, el porqué de la neura, siempre son por algo las neuras, ni que sea por neurosis. Me sucede como con la timidez, mis neuras son hacia adentro, tan hacia adentro que lo más que emergen es en sudores en la almohada

La tele, el ordenador sin conexión y busco algo que acaba siendo las útlimas gotas de Cardhu que habían quedado del año pasado con un hielo en una taza rústica (de verdad, no de souvenir, me llegaron por una tía mía y que habían sido una tía suya, a la vez que abro una botella de Vichy Catalán. Me sabe raro el Cardhu, después de meses en que el único whisky que tomaba era de Tennessee.

Por lo de las barbas y las flores ayer y hoy le doy vueltas al Poeta en Nueva York. Ya iba a apagar la luz cuando lo abrí. Seguía en lo que me hace de mesita de noche. Lo compré otra vez en la Casa del Libro de Gran Vía en agosto pasado porque en julio mío lo regalé.