miércoles, noviembre 15, 2006

14 de noviembre

El domingo, como ya sabrán ustedes ( o al menos la mitad de ustedes) hubo un vibrante Barcelona-Zaragoza. Yo me siento en la fila diez de lateral, primera gradería.

Justo después del primer gol de Ronaldinho hubo un incidente 3 o 4 filas más adelante, bastante entretenido. Había dos parejas de Zaragoza, cuando Ronaldinho metió el gol debieron de decir algo que a un tipo le resultó injurioso. No sé qué dijeron y no creo que tenga la menor importancia. El tipo que se molestó es un joven alopécico con patillas. La alopecia que le ha tocado es de las que empiezan en la coronilla y va creciendo el diámetro de la misma, de forma que es capaz de llevar un flequillo bastante ridículo. Me he fijado tanto porque cada quince días en los últimos años le he tenido hora y media a un par de metros. Me aterra la alopecia. Yo no sé si seré capaz de llevar dignamente una calvicie.

En fin, que el tipo increpó a esa gente, especialmente a un tipo con pelo cano. Les decía que no insultaran y que tuvieran respeto. Los de Zaragoza respondieron que no habían insultado y que les dejara en paz, lo que pareció enervar aún más al barcelonista que fue cuando empezó con sus argumentos de peso. Venía a decir que estaba en su casa y que podía hacer lo que quisiera y que ellos debían permanecer callados y que si no les gustaba, que se fueran a Zaragoza. El tipo estaba situado una fila detrás de los de Zaragoza y unas pocas columnas a su derecha. Siguió con la cantinela. Iba gritando “¡A Zaragoza!” repetidamente y cuando lo hacía les apuntaba con el índice, haciendo un gesto con el brazo como si soltara un látigo cada vez que decía “¡A Zaragoza!”. Los destinatarios de los latigazos siguieron diciéndole que se callara, un tío sesentón intervino para decir no se qué. Cuando parecía que la cosa se calmaba, el tipo del pelo cano, que tenía el brazo por encima de los hombros de su pareja, más o menos sutilmente cerró el puño y extendió el dedo corazón. El barcelonista se puso hecho una furia y salió disparado hacia él, aunque no se dieron ninguna leche ni nada. Se acercaron dos o tres personas para poner paz y el barcelonista volvió a su sitio y el tío sesentón, que estaba detrás del tipo de pelo cano, le dijo algo que no pude oír y el tipo de pelo cano sacó una cartera, la abrió y enseñó una placa. Nunca había visto algo así en vivo. Poco después Iturralde pitó el descanso, los dos se levantaron y se dijeron algo en tono pausado y luego ya no pasó nada más.