Aun el lunes de la semana pasada. Tengo que ir hasta el mercado de Santa Caterina en coche porque un compañero se iba de fin de semana largo y no poda dejar su coche en el garaje del despacho así que me lo tuve que llevar yo. Es desesperante bajar por la calle Balmes a las nueve de la mañana. Y entre eso y que me he levantado tarde llego al despacho a las diez. Justo cuando entro en el garaje, a las diez, se va la luz en esa zona. Oigo decir al portero (habremos de ocuparnos de él un día, confiad en mí) que una hora y media-dos. Hay un montón de trbajo pendiee y urgente para el miércoles y no puedo hacer nada. Me voy al Decathlon porque me dejé una chancla en el gimnasio y ese lunes quería ir al partido de la liga que jugamos los de la empresa. Salgo del Decathlon y Marta está entrando al despacho, en la calle Canuda. Menos mal de ese café al sol durante una hora, en una terraza de la Plaza. Al poco baja Caro con su perro Rocco. Alguien, seguramente una anciana, ha dejado una de esas barras de pan asquerosas bañada en leche para las palomas. Rocco empieza a comérsela y no hace c aso de los gritos de Caro. Deja de comer cuando ya tiene a la dueña encima. Le castiga en el portal, Caro se sienta con nosotros un momento y el perro está en su porta, inmóvil, a unos 30 o 40 metros de nosotros. Me hace muchísima gracia que se esté tan quieto.
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Muchas horas mas tarde. Salgo del despacho a las doce menos cuarto de la noche. Las chanclas se van a quedar aún una semana allí. El estrés y otra cosa que aun ha de durarme días en la cabeza. Acelerado me compro un kebab de pollo en lo más alto de las Ramblas y me meto en el metro a las doce menos cinco. Me dará tiempo a coger el último ferrocata. Ando cabizbajo por tener la boca cerca del kebab y hay muy poca gente en la estación. Voy andando rápido y a unos metros un italiano perrofláutico, con buen aspecto, me empieza a pedir una moneda. Me hago el sordo y sigo comiendo y andando. El tío me sigue y sube el volumen de la voz y el tono de exigencia. Va repitiendo “una moneda, una moneda” hasta que se cansa.
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Muchas horas mas tarde. Salgo del despacho a las doce menos cuarto de la noche. Las chanclas se van a quedar aún una semana allí. El estrés y otra cosa que aun ha de durarme días en la cabeza. Acelerado me compro un kebab de pollo en lo más alto de las Ramblas y me meto en el metro a las doce menos cinco. Me dará tiempo a coger el último ferrocata. Ando cabizbajo por tener la boca cerca del kebab y hay muy poca gente en la estación. Voy andando rápido y a unos metros un italiano perrofláutico, con buen aspecto, me empieza a pedir una moneda. Me hago el sordo y sigo comiendo y andando. El tío me sigue y sube el volumen de la voz y el tono de exigencia. Va repitiendo “una moneda, una moneda” hasta que se cansa.
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