lunes, agosto 11, 2008

9 de agosto

De repente en la playa una botella proyecta su sombra vacía en un muslo y siento que mi amor es como un gorrión que da saltitos entre las cochambrosas palomas. Sin ser demasiado visto y discreto, buscando alguna migaja que dejen otros. Saltitos sin levantar el vuelo, creciente, a la mitad, como hoy la luna, con ese oleaje divertido de bandera amarilla, aunque yo creo que no era para tanto. Una confusión tremenda, a veces, el corazón ansioso y el pelo reseco salado. El ansia de un abrazo y cabellos revueltos, de unas caderas. Entrepiernas no sé si añoradas o anheladas e indescubiertas, perfumadas, cálidas y amorosas a los besos. Que las caderas esbeltas me rodeen el cuello.

A veces desearía que la introducción en piano de Bring it on home to me nunca acabara, que todo se perdiera en las teclas, en las líneas de los labios sin llegar a ellos, en palabras que no devengan cicatrices, en antebrazos picoteados, en morder la melena sobre los hombros sin llegar al cuello. En saber que los amores de verdad no son pegajosos, resbalan secos sin querer pringar la piel, como un vuelo afilado y confuso de golondrina.

Al menos, hoy, susurra la noche algo de fresco, no como el miércoles, tras beber, charlar y reír, me desperté a las cinco sin ruido en la calle, la brisa se había vuelto vacío y me levanté a la cocina y le eché hielo y gotas de limón al vaso. Bebí así tres o cuatro y me volví a la cama. Me dormí rápido otra vez, con una almohada entre las rodillas