lunes, julio 28, 2008

21 de julio

Con el jefe en coche por el abrupto Priorato, tan verde y roca, a veces rojo y a veces pizarra, la bella silueta del reactor nuclear sin humo blanco, el cauce antiguo del Ebro y en ese plan. Hay una auditoria a las diez y media. El desesperante rostro hierático del auditor ya conocido de otra vez, alto delgadísimo y canoso, siempre el mismo rostro para un reproche, un chiste o un azucarillo, inescrutable, como un Clint Eastwood funcionario, tal vez aburrido, no sé.

Bastante gente alrededor de la mesa. El ayudante silente del auditor. Un chico joven con ese aspecto de adolescente tardío con su peinado y esa expresión un tanto ridícula de la gente que tiene siempre la boca demasiado abierta. Tampoco la cierra nunca la administrativa con poderes y unos tacones no del todo apropiados entre los pinos y ladrillos cerámicos. Nunca la cierra, siempre ese brillo blanco al erguir el labio superior. Otra vez esa sensación de todo estudiado, el corte de pelo, el peinado, los pantalones ciñendo las caderas con música, el escote y sujetador adecuados para redondear las tetas mas bien grandes. Otra administrativa de rango inferior que ni envileciéndose más allá de las palabras podría borrar el candor en su cara y sus ojos, flaca, pálida y sin sujetador. Un tipo agradable que ha pasado las vacaciones en moto por el Sáhara. Yo dándole vueltas al rostro del auditor, pensando ahora, que más que de Clint Eastwood tiene cara de Boris Karloff de cuando desenterraba cuerpos para un médico o de cuando se llamaba Ardath Bei en Egipto.

Suspiros estos días, del los que no estoy seguro de la causa, testigos en losas aligeradas, levantar actas precisas, intentando saber lo suficiente como para distinguir un acento de Córdoba del de Buenos Aires, de pulseras que aun huelen a incienso, de que los relojes no giran con ángulo uniforme.

Me ha salido algo de urticaria. Algunos granos rojos como de cuando te pican pulgas en un pueblo.