lunes, octubre 27, 2008

25 de octubre

Ayer prendí el Cohiba que me trajo Leozinha de Cuba en mayo. Bajaba por Muntaner para despejarme de los whiskies de después de comer repantigado en un sillón de un bar de la calle Santaló adonde va gente que .miraba la ceniza densa y terca que no se desprendía del puro, conservando el relieve de las hojas de tabaco enrolladas. En algún lado leí que no convenía hacer caer la ceniza de los puros buenos.

En el párrafo anterior me he acordado de algo de hace 5 o 6 años cuando desde la oficina escribía un trabajo sobre Brunelleschi y la cúpula de la catedral de Florencia. Había ido l baño y al volver me encontré al jefe sentado en mi sitio leyendo lo que escribía. Me dijo que los dejara respirar, que faltaban puntos. Tenía razón. Lo que pasa es que antes académicamente y ahora formalmente me gusta enbarrocar, si tengo ganas, un poco los textos ya que no se puede hacer otra cosa. Alargar frases, sincopar los párrafos, perfumar con disyuntivas y conjuntivas y en ese plan, aunque en catalán no se escriben frases largas, decía Pla, y que por eso lo de Azorín, según él, parecía catalán. Supongo que por eso me gusta escribir memorias y actas. El mismo jefe que ayer me hizo juntar las yemas de los dedos para darme con el escalímetro por ir dejando montones de papeles y carpesanos por la planta tercera, que ya no es la mía.

También hace un momento miraba la nariz de Manuel en la D de Dylan y su barbilla redonda y sin águnlo de niño pequeño sobre el pelo grave y rizado estampando o litografiado de la camiseta. Y me gusta tanto cuando dice caballo grande.