viernes, diciembre 12, 2008

12 de diciembre

Ayer le contaba a alguien algo de Manuel que sólo dije de pasada. El martes de hace 3 semanas, cuando llegué a Burgos a las 9 fui directamente a casa de Iñigo y Beatriz sin pasar por el ático des mis padres. Manuel aun no había cenado y andaba por ahí. Me decía “hola jordi” pero no se acercó a darme un beso. Llevaba ya un rato allí y le dije: “Manuel, no me has dado ni un beso, aun, dame uno”. Un poco burlonamente decía. “no”. Se reía. Estaba en esas, yo sentado en una silla del salón y él unos metros más para allá. Le volví a pedir beso y volvió a decir que no, riéndose. Puse cara de puchero y luego bajé la cabeza y me cubrí el rostro con las manos. Entonces Manuel dijo: “nooooooo” y corrió sonriente hacia mí y me dio un beso y un abrazo. Que alguien se detenga un instante y lo piense, la carrerita sonriente del crío precioso hacía mí, las oes que iba dejando en la carrera, oes que salían de la risa y de la generosidad del niño, queriendo dar cariño. Esas cosas calientan el espíritu y son agradables de recordar en noches de insomnio.


Ayer noche, un poco harto de algunas cosas, abro un vino joven sin denominación prestigiada (lo cual suele ser mejor). Tiene 3 meses de roble y ese color algo morado (cereza dice la etiqueta), esa acidez y aromas jóvenes que atontan un poco y se agradecen. Escucho Tupelo Honey. El día ha sido clarísimo y frío, la luna y su . contorno definido (“y enseña, lúbrica y pura,/sus senos de duro estaño”, escribió Lorca en su romance).

Los vinos que me suele sacar Iñigo son más viejos, mas caros y mejores y tienen otro color. Pero me sigue gustando el atontamiento de vino joven en la boca y la cabeza.