8 de febrero
Están instalando un trafo unos seis metros debajo de donde estoy sentado. Llega un momento en que me harto del taladro y bajo a la calle. Busco el rectángulo de sol en el largo banco frente al mercado de Santa Caterina y me siento cinco minutos. He bajado sin chaqueta. A mi lado una rubia con vaqueros y botas de ante habla por teléfono. Tiene las piernas cruzadas y un paquete de marlboro agradablemte acogido entre sus muslos en su parte superior apoyado sobre el pubis.
Me levanto y me acerco a lo del trafo. Gruesos cables de aluminio. Sin disimulo dos gitanas rumanas con pañuelo en la cabeza y faldas largas empiezan tocar trastos que han dejado los instaladores en el suelo. Una de ellas tiene bigote. Un hombre con mono azul y pelo cano las ve. Sin alterarse les hace gestos: "¡Eh, eh!"
Me levanto y me acerco a lo del trafo. Gruesos cables de aluminio. Sin disimulo dos gitanas rumanas con pañuelo en la cabeza y faldas largas empiezan tocar trastos que han dejado los instaladores en el suelo. Una de ellas tiene bigote. Un hombre con mono azul y pelo cano las ve. Sin alterarse les hace gestos: "¡Eh, eh!"
<< Home