miércoles, noviembre 19, 2008

19 de noviembre

En Burgos, desde ayer por la noche. Fui directamente a cenar donde Beatriz e Iñigo. Mi Manuel precioso, simpático, ocurrente, cantarín, bailarín. Habla claro y vuelve a mentir diciendo que pega a los niños en el cole. Cuando le amenazo con entristecerme me da un beso y un abrazo. Al meterse en la cama ambién me pide beso. Su hermano Jorge, con seis meses, prueba con las palatales y me muerde el dedo con su diente reciente. Me sonríe. Beatriz dulce y guapa. En un ratito da la cena a Manuel y prepara nuestra cena. Íñigo con anginas está en el sofá. A pesar de estar enfermo nos bebemos entre éñ y yo botella y cuarto de un crianza Ribera del dos mil. Hablamos de amigos, de sexo, de amor, de la edad. Se está tan bien así, con Iñigo a mi izquierda y Beatriz a mi derecha.

Llego al ático de mis padres a las doce y pico, y está a unos 10 grados. Pongo la calefacción y una cafetera. Me meto en la cama de 1,5 hacia las dos, las sábanas heladas. He conducido horas de noche y me duele la cabeza.. Tardo en dormirme y me despierto varias veces. Me levanto tarde, abro la persiana. Da a la terraza y veo el arcoiris y chimeneas de calefacción central de edificios de ladrillo visto. Ayer llovía un poco y hoy se está despejando el día. Salgo y compro el periódico, paseo. Me tomo un tigre y una caña en el Froilán y unos huevos rotos con patatas y pimentón, dos tintos de rioja joven, perfumados y dos rodajas de morcilla. Busco otra vez el río. En Burgos no hay apenas otoño y creo que nunca lo he llegado a ver. Los plátanos, tan barceloneses, entrelazados y artríticos del espolón no tienen ni una hoja. Los sauces igual de llorones inclinados hacia el río. Vuelvo al piso. El portátil en la cocina recuerda a Bukowski sin mugre. Mi madre lo deja todo impoluto, aunque hay un tomate podrido y unas uvas casi en la encimera.

Ahora salgo hacia Madrid.

jueves, noviembre 06, 2008

6 de novembre

Quan arriba el novembre i pel carrer o per la finestra sento l’olor de combustió d’una caldera no massa eficient però sí eficaç, aquesta olor, dic, la sento agradable. De que les coses que han de tornar, tornen. Ahir la vaig senti baixant pel carrer Aribau al vespres, gairebé a la vegada de l’olor de castanyes, a toca la universitat.

En canvi m’és especialment desgradable l’olor de manca de dutxa de persones que van sempre amb la camisa dins. M’irrita. Perquè no és olor de suor fresca i sovient inevitable del llarg del dia. És olor revinguda, vella, que ha tingut temps d’impregnar la camisa i que la camisa impregni l’aire.

També ara es veuen noies desconcertades, sense terme mig, en passar de bruses amb pocs botons a un excés de gorros i bufandes.

Els turistes d’ara, si més no entre setmana, resulten més silenciosos i agradables.