17 de agosto
Domingo a la una. No sé porqué pero he apagado la luz demasiado pronto, poco después de las doce. Antes de eso, en vez de coger el Faulkner que me dejó dormir plácidamente ayer he estado un rato con La filosofía del tocador, de Sade. Desde hace unos días la temperatura por la noche permite dormir sin problema, pero he estado dando vueltas a cosas, sobretodo a cosas de trabajo, al horizonte y esas cosas. Supongo que no es nada, sólo eso, darle vueltas. Al menos se trata de eso y no de “pensamientos luctuosos” que los llamaba el psiquiatra. En aquellos tiempos no era, o no sólo, tendencias mías, es que ocurrieron cosas demasiado puntiagudas para tragarlas sin dificultad. Aunque tenía interés, a veces, la sesión, yo decía tal o cual cosa y él les daba nombre. “Pensamientos luctuosos”, “anhedonia”, “exceso de empatía” y en ese plan. Todo iba más o menos hasta que mencionó el litio, como ya he dicho aquí al menos una vez. No volví. Ahora voy muy de vez en cuando, sin pagar, y digo lo que tengo que decir para que no dure más de cinco minutos.
He puesto los Beatles, he subido la persiana y encendido un cigarrillo, gran estupidez esto último. Soy/he sido asmático. Cuando dejé de fumar tenía 21 y no volví a fumar algo hasta los casi 30, y dejé de fumar porque me pase 5 días ingresado en el Clínico, en octubre hará 10 años. Como no había sitio en neumología me tenían en un ala o pabellón donde va la gente como paso previo a que lo manden a la unidad correspondiente sitio o si es un ingreso breve a casa. No me movieron de allí. Coincidió todos los días que estuve con otro paciente, un hombre muy gordo y alcohólico. Tenía varias infecciones y tal vez una pulmonía, pero no me acuerdo. Era joven pero tenía una pensión de cien mil pelas, que seguramente se bebía. Le habían echado de varias pensiones y aquellos días dormía en la calle. En aquellos días tuvo que ir a la habitación una asistente social porque el tío tenía un juicio y hubo que arreglarle el tema. Le llevaron a la habitación en estado lamentable y varias personas tuvieron que moverle de la camilla a la cama. No paraba de tirarse pedos mientras dormía. Los médicos que le atendieron le preguntaron que había hecho, comido y bebido ese día. Dijo que unas diez o doce cervezas, una botella de cava y un pollo. Yo, que siempre como bastante y rápido, tardaba en acabarme las bandejas de comida, cuando me las acababa. El tío las engullía, me quedé asombrado un día que el postre era una naranja, la partió por la mitad y sin pelarla, en un instante se comió las dos mitades dejando la piel. Un par de días después tenía otra pinta, era educado y algo tímido. Mi madre hablaba bastante con él y le sermoneaba un poco, suavemente. Una tarde, en una de esas siestas de carnero (no había mucho más que hacer), vinieron Dani y Nacho. Creo que me estaba despertando cuando les vi en la habitación. Otra tarde vino Jaume, que se partía con la conversación de mis compañeros de habitación. Aquél día eran el tipo que ya he dicho y un albañil jubilado con bronquitis crónica, que cuando se complicaba por algún resfriado le hacía acabar en urgencias. Hablaba por los codos, tenía acento andaluz y era muy simpático. Me contó que le habían jubilado antes de tiempo porque tenía una pierna jodida, se había caído desde un andamio de un patio interior, una altura de cinco pisos. Me dijo que el golpe había sido menos malo porque los tendederos le habían ido amortiguando la caída. Recuerdo estar con la cama reclinada y pensar que si no dejaba de fumar en algo así terminaría yo, ingresado cuando me resfriara.
Al albañil jubilado y a mí nos ponían mascarilla cada 6 u 8 horas, un rato. Los primeros días casi la pedía porque me notaba muy jodido y me ahogaba. Luego ya no. Una enfermera me dijo, muy seria pero cariñosa, “quéjate, Jordi, que aquí hay que quejarse, que si no te quejas acabamos haciendo caso a los que menos caso tenemos que hacer. No te pases de educado”. La mayoría de enfermeras y auxiliares eran encantadoras. Se saltaban el protocolo y le daban café con leche a mi madre. Tenían un desparpajo, saber hacer y paciencia admirables. Casi era agradable a las seis de la mañana despertarse con la más simpática, que me ponía un rato la mascarilla y me recargaba de cortisona en vena y me decía que lo que le gustaba más era sacar sangre, que su hermana mayor había estudiado lo mismo que yo estaba estudiando y que había tardado muchos años en acabar la carrera.
Había también una residente bastante mona pero con un concepto demasiado elevado de sí misma. Pasaba por las mañanas a auscultarme. Un día me dijo: Qué tal?, y les respondí “Mejor”. Me auscultó y me soltó: “Eso será subjetivo porque yo te veo igual que ayer”.
A pesar de todo, recuerdo como sensación agradable el penúltimo día allí, paseando por los pasillos por los que entraba el sol del claustro universitario, en zapatillas y pijama de hospital y un albornoz viejo encima me sentaba cada poco y el sol daba en las pa´ginas del libro de Lorca, el único que pedí que me trajeran.
En este rato me he bebido un Vichy y mojado el paladar con Jac Daniel’s. Ahora Dylan canta I’ill be you baby tongiht.
He puesto los Beatles, he subido la persiana y encendido un cigarrillo, gran estupidez esto último. Soy/he sido asmático. Cuando dejé de fumar tenía 21 y no volví a fumar algo hasta los casi 30, y dejé de fumar porque me pase 5 días ingresado en el Clínico, en octubre hará 10 años. Como no había sitio en neumología me tenían en un ala o pabellón donde va la gente como paso previo a que lo manden a la unidad correspondiente sitio o si es un ingreso breve a casa. No me movieron de allí. Coincidió todos los días que estuve con otro paciente, un hombre muy gordo y alcohólico. Tenía varias infecciones y tal vez una pulmonía, pero no me acuerdo. Era joven pero tenía una pensión de cien mil pelas, que seguramente se bebía. Le habían echado de varias pensiones y aquellos días dormía en la calle. En aquellos días tuvo que ir a la habitación una asistente social porque el tío tenía un juicio y hubo que arreglarle el tema. Le llevaron a la habitación en estado lamentable y varias personas tuvieron que moverle de la camilla a la cama. No paraba de tirarse pedos mientras dormía. Los médicos que le atendieron le preguntaron que había hecho, comido y bebido ese día. Dijo que unas diez o doce cervezas, una botella de cava y un pollo. Yo, que siempre como bastante y rápido, tardaba en acabarme las bandejas de comida, cuando me las acababa. El tío las engullía, me quedé asombrado un día que el postre era una naranja, la partió por la mitad y sin pelarla, en un instante se comió las dos mitades dejando la piel. Un par de días después tenía otra pinta, era educado y algo tímido. Mi madre hablaba bastante con él y le sermoneaba un poco, suavemente. Una tarde, en una de esas siestas de carnero (no había mucho más que hacer), vinieron Dani y Nacho. Creo que me estaba despertando cuando les vi en la habitación. Otra tarde vino Jaume, que se partía con la conversación de mis compañeros de habitación. Aquél día eran el tipo que ya he dicho y un albañil jubilado con bronquitis crónica, que cuando se complicaba por algún resfriado le hacía acabar en urgencias. Hablaba por los codos, tenía acento andaluz y era muy simpático. Me contó que le habían jubilado antes de tiempo porque tenía una pierna jodida, se había caído desde un andamio de un patio interior, una altura de cinco pisos. Me dijo que el golpe había sido menos malo porque los tendederos le habían ido amortiguando la caída. Recuerdo estar con la cama reclinada y pensar que si no dejaba de fumar en algo así terminaría yo, ingresado cuando me resfriara.
Al albañil jubilado y a mí nos ponían mascarilla cada 6 u 8 horas, un rato. Los primeros días casi la pedía porque me notaba muy jodido y me ahogaba. Luego ya no. Una enfermera me dijo, muy seria pero cariñosa, “quéjate, Jordi, que aquí hay que quejarse, que si no te quejas acabamos haciendo caso a los que menos caso tenemos que hacer. No te pases de educado”. La mayoría de enfermeras y auxiliares eran encantadoras. Se saltaban el protocolo y le daban café con leche a mi madre. Tenían un desparpajo, saber hacer y paciencia admirables. Casi era agradable a las seis de la mañana despertarse con la más simpática, que me ponía un rato la mascarilla y me recargaba de cortisona en vena y me decía que lo que le gustaba más era sacar sangre, que su hermana mayor había estudiado lo mismo que yo estaba estudiando y que había tardado muchos años en acabar la carrera.
Había también una residente bastante mona pero con un concepto demasiado elevado de sí misma. Pasaba por las mañanas a auscultarme. Un día me dijo: Qué tal?, y les respondí “Mejor”. Me auscultó y me soltó: “Eso será subjetivo porque yo te veo igual que ayer”.
A pesar de todo, recuerdo como sensación agradable el penúltimo día allí, paseando por los pasillos por los que entraba el sol del claustro universitario, en zapatillas y pijama de hospital y un albornoz viejo encima me sentaba cada poco y el sol daba en las pa´ginas del libro de Lorca, el único que pedí que me trajeran.
En este rato me he bebido un Vichy y mojado el paladar con Jac Daniel’s. Ahora Dylan canta I’ill be you baby tongiht.
Las fotos son de hace dos años, queriendo posar como Dylan aquella vez que quiso posar como Woody Guthrie.