lunes, junio 23, 2008

22 de junio

A veintinueve grados frente a la pantalla pasando las tetas a times new roman, sudado y con el torso desnudo. Una vez vi una foto Faulkner de perfil frente a su máquina de escribir desnuda cintura para arriba. No sé si por eso me gusta sentarme frente al portátil así, cocinar un sofrito así o incluso lavar los platos así, salir al balcón así.

Lo bueno, tal vez lo mejor, de los portátiles es lo asimilables que son a máquinas de escribir y a Faulkner con bourbon y torso desnudo, a Bukowski escribiendo en la cocina sobre capas de mugre, a Dylan en un hotel de Inglaterra escribiendo algo con Joan Baez y Marianne Faithfull cerca, a Umbral con sus gatos en su despacho de la dacha o a mi querido Reinaldo Arenas de ahora en su cuarto de la casa de Miramar de su tía.

Ayer me levanto, me ducho, como un melocotón y ciruelas y compro los periódicos. No he puesto la cafetera en casa y entro a un sitio a tomarme un café. Luego del primer sorbo no es que me tiemble la mano, sino que parece muerta, el corazón empieza a chocar en las costillas. Dejo la taza llena y de algún modo busco el clonazepán, después de tanto tiempo. Dejo el euro sobre la barra de cualquier manera y salgo a la calle. Yendo a los jardines donde leo los periódicos todo se frena un poco. Demasiados sobresaltos este año, demasiados días llegando a las diez a casa y teniendo que comprar en el paki, demasiados fines de semana en la oficina. Por eso intento poner orden y ensaladas y comer melocotones y ciruelas. Libros y películas. Ayer por la noche puse “El amigo de mi amiga” de Rohmer. Compré el dvd la semana pasada. De la serie “Comedias y proverbios” sólo me falta por ver una. He visto unas quince películas de Rohmer, todas menos dos en el cine. En la que vi ayer hay una sublime secuencia de amor en el claro de un bosque, diálogos en luz natural y cosas así. Como casi siempre, actrices extrañas y tipos estudiándolas.

martes, junio 17, 2008

16 de junio

El sábado de madrugada me metí en la cama a las seis, sabiendo que pasaría el domingo de la iguana. No por agorero, sino por resignación. Vi la Noche de la Iguana en un diía festivo de la Iguana en el cine. En mis cinefagias (Tubau) nunca he destacado por encima de otras a Ava Gardner. Me gusta pero nunca la he destacado, ni en Mogambo, ni en la Condesa ni de Venus ni siquiera en algo tan sublime como Forajidos. Pero en la Iguana sí. Ese círculo sofocante y ella dejándose rodear por los dos latinos de torso hermoso e imberbe, desconcertantes y callados que apenas hablan y sólo agitan maracas. Y me gusta Deborah Kerr impávida frente a Richard atado en una cama, sabiendo de lo que habla y diciendo que parte de aquello es cuento, o algo parecido. El saber hacer de una medio chiflada que sabe de lo que habla mientras su abuelo piensa su obra maestra. Nunca me ha gustado tanto algo de John Huston como aquello, querido Tennesse Williams, que sabes de lo que escribes, y mete a la que también fue Lolita y me recordó a Baby Doll de Tennessee Williams y Eliah Kazan. Algo sofocante Baby Doll, como el Tranvía o el cálido verano, o la Gata. Me gusta, decía, esa Deborah Kerr pausada ante el rígido y espasmódico Richard Burton.

En el 94 compartí cuarto durante un mes con dos iguanas. En Boston en la cama de agua que me cedió Eric. Él dormía en un colchón en el suelo de la misma buhardilla. Había una jaula con rejilla de plástico con dos iguanas. Me dijeron que hasta hacía poco las iguanas pululaban a su aire. Menos mal. Me daban grima. Una de ellas tenía la manía de subirse por la reja hasta el techo y luego caerse, dándose un porrazo considerable. Eric tenía un amigo hispano muy agradable llamado John. Cuando la iguana se encaramaba por la reja le daba desde fuera con un bate de béisbol de plástico. Me decía que estaban locos por tener aquellos bichos en casa. La noche que llegué a su casa, Debbie, la madre, con gran naturalidad me dijo que tenían dos iguanas en casa, que dos de sus hijos eran asmáticos-alérgicos (la otra hija, Jessica, era hija de Michael, el padre, pero no de ella) y que no podían tener ni perros ni gatos. Una mujer adorable, Debbie, y hacía galletas a menudo y trabajaba de enfermera. Era como estar en casa ese mes, fue una delicia. Cuando me apetecía me iba a Harvard Square y compraba El Pais y lo leía bajo los tilos en alguna de las calles de las facultades, compré un CD de Cream que aquí no había forma de encontrar, un tipo con una guitarra acústica-metálica tocaba cosas de Johnny Winter y blues antiguos, un mendigo me pedía golosinas, gente joven con libros, grunges fumetas y en ese plan. Salía con Eric y sus amigos, íbamos en coche (teníamos 17 años) a la ciudad o dar vueltas por los pinos o a casa de Chrissy (que era una de las que conducía un coche viejo y grande) que tenía una piscina pequeña y nos bañábamos de noche. El padre de Chrissy, además, tenía un montón de discos piratas de los Beatles. Junto a la piscina recuerdo haber escuchado sólo aquella vez a un Lennon, como poco, borracho cantar What’s the news Mary Jane. Jessica era dos años menos que yo y hablábamos mucho. El hermano pequeño, Ryan, tenía 9 años y durante la primera semana no paraba de enseñarme todo y hacerme jugar a la consola. Recuerdo al padre, Michael, que era hijo o nieto de irlandeses, fornido, con algo de tripa y unos brazos anchos y fuertes y abundante bigote castaño claro. La mañana en que me iba me llevó a donde uno de esos autocares amarillos. Nos llevaban a Nueva York tres días, a todo el grupo de Barcelona que habíamos viajado allí. Michael estaba serio en el coche. Luego supe era por conmovido. Sin dejar de estar serio me dijo que mis padres debían estar orgulloso de mí, que era un “good young man”. Días después, ya en Burgos, les llamé y sólo estaba Debbie en casa. Se puso muy contenta, le conté que habíamos visto a Harrison Ford en el Central Park y nos habíamos hecho fotos con él.

Ahora ya todo el mundo me dice cosas de la longitud de mi barba, aunque no es para tanto. Y aun no salen mariposas de ella y es musgo fresco y agradable. Mi madre me dice que parezco Jesucristo, mi jefe que el Che, mi compañero israelí que un rabino y Hell on Wheels que un náufrago. Mi preciosa Beatriz de Burgos seguro que me grita si me ve así. Hoy he hablado con ella, con Iñigo y con Isa.

lunes, junio 16, 2008

15 de juny

No puc dormir més de tres hores seguides., feia molt que no em passava en cap de setmana. M’aixeco i escalfo el cafè fet ahir i me’n prenc dos de cop, al balcó. Mirant la frondositat dels plataners que em queden sota els peus es veu avançar i morir la primavera. Els núvols gris clar fan el dia blanc. Les siluetes movent-se o quietes davant un llenç blanc. Un matí tel·lúric per veure els gats i el verd del parc amb el diari, les lletres molt negres i el paper molt blanc, sensació de diumenge ingràvid i la tipografia que s’enlaira.

A la tarda, també blanca, m’assec dues hores davant el mar per si em compadeix, tan gran. Segur que algú ha escrit alguna vegada que tota compassió és absurda, com Spinoza va escriure que qui es penedeix és dues vegades miserable. Començo a pensar que els qui presumim de pell fina hauríem d’anar amb compte a no pifiar-la. Però, paradoxa en la paradoxa, potser no és pifiar-la sinó posar a rodar el motor racionalitzador que s’accelera fatalment, quin remei, fins la bogeria o l’absurd.

Outtakes/despropóstios/apropósitos

1)

No surt el plor
colpeja el coll i l’estómac
a la tarda davant el mar
després de mala nit passada
amb somnis de nadons malalts
i mares boniques i boges

Només puc tossir
les llàgrimes polsoses
d’un sentiment rebregat

Que el mar les ofegui, sord
abans, el seu soroll
i després les arrossegui
Les paraules que fereixen
endins i les enterri
en sorra i aigua
lluny i que no es vegi
que m’esquincen l’ànima
de criatura empàtica i tendra

L’anhel que fa giragonses
i torna tèrbola l’esperança
fins la voluntat negativa
que res no vol si no escuma als llavis
un sospir i un adéu

Si algú veu la sorra
escampant-se sobre els versos vermells
a la tarda de llum blanca
el malestar al rostre
i els dits arronsats de ràbia
i altra cop la tarda, amb llum de fada

2)
I si hi anem, bonica?
Ara que tens els cabells llargs
I el cor ple de fulles tendres
I els llavis com les roselles
I jo tinc por d’arribar-hi del tot
I només m’hi acosto
Sentint com respires tan dolça
I nerviosa, per la boca
Fuig el teu desig entre els llavis
Millor que si em beses
M’agraden els petons que respires
Només et beso el coll
El cabell
Les espatlles
La galta, molt a poc a poc
Petons petits
No sigui que res no s’esguerri
Ni tan sols les dobles negacions
T’agafo la ma i l’estrenys
Em vols així, a prop
Amb por de fer mal
Però tan dolça

3)

Po’ boy

Te canto de madrugada
te enfado dormida
me gritas que no, que ya vale
de tanta tontería

Los pétalos empalidecen
al verte dura y tranquila
me niegas para siempre
las caderas y la sonrisa

Tan sin saber qué hacer, yo
tú, tan pequeña y altiva
al desliz amable, disimulado
débil y dulce de aquel día

Es sólo intuición vaga
que estés borracha y dolida
que lo has tornado fibroso
que tu amor ya no palpita

Tan grandes los ojos pero
como en la hierba los corzos brincan
huyendo del que sólo pasea
sin mal quererte, rara ninfa
que enamoras en música y tinta
y te quiero en mí, viva

4)
Tu cuerpo indescubierto
Metal duro y frío
Que repele lágrimas
Es tu amor, jazmín lindo
El que me envuelve y me sigue
Y lo huelo en la almohada

5)

Illa nua

Tan bonica
Que treus les mitges
Les teves mitges que eren d’ell
I ara són d’algú altre

Tota nua i les mitges
Amb els ulls tancats
Com l’illa nua de la cançó
Amb els dits que la troben
Ones suaus
Que són de qui esperes
i no hi és
Però hi és en les pometes
i els petons llençats al mar
a la tarda de pluja
quedant-se en cada una onada
entre les cuixes, que tremolen
esperant la propera carícia
el proper petó
el proper pensament dins teu
que puja als llavis
als pits
a les roselles mullades
tan fresques i vermelles
però que comencen a coure
com els llavis que et mossegues
sempre els ulls tancats
esgarrapant-te les cuixes
esperant la propera onada
cada cop més forta
i la remor més sorda
fent-la venir panteixant
interrompuda amb aguts trencadissos
que l’escuma voreja
La pelvis aixecada
Tots els petons, ara dins teu
Tot ell, tot jo

6)

En cotxe a Lisboa
Petons
Entre violins i acordions
I una ma a la cintura compassada
Amb el teu cabell llarg, llis
I llavis de fruita d’esbarzer
Que no hi caben al text
i fan vessar la tinta

7)

Jazmín oscuro
Duerme bien
Que te pienso cada vez
Que bebo y hay música

8)

Si supieras, jazmín bonito
Vendrías y te meterías bajo mis sábanas
Y dejarías que mi barba
Acariciara tus uñas
Y tirarías juguetona de los pelos del pecho
Y enredarías una de tus piernas
Con una de las mías
Y no te dormirías del todo
Por no dejar de ronronearme
Frotando la nariz cariñosa
En mi hombro para calentarlo un poco
Qué linda estarías
Descalza por la mañana

viernes, junio 13, 2008

12 de junio

Demasiada gente esta mañana y por fin hacía calor al sol. Y la mayoría de la gente con demasiadas ganas de hablar. Como un grupo de niños en que todos hablan de lo suyo y la conversación no acaece. Lo peor, claro, uno de esos patanes que llegan a jefe de obra o jefe de grupo. Y aún peor que con este ni te ríes, ninguna esperanza. También había un arquitecto joven y pulido, con su bandolera, sonriente. Un argentino de Córdoba capaz de hablar un catalán encantador y correctísimo. Un técnico joven con una espalda anchísima. Un director de instituto de gesto relajado, algo desastrado con un polo enorme. Todo él es así, grande y desgarbado, una cabeza enorme y bigote, el pelo algo canoso y rizado dejado crecer de cualquier forma. Los técnicos de la Administración con sus camisas que me hacen torcer el gesto y escribir hojas. Para que luego le digan al jefe que cómo nos ponemos, no te jode. Nos ponen en duda y nos pasan su muerto, por escrito, claro, y a una contestación clara y exquisita reaccionan “bueno, bueno, no era para tanto”. Luego fruncen con una facilidad que ya no sorprende, pero no cuela. No hay que fiarse de un técnico que frunce en público, ni siquiera como reflejo. O es tonto o tiene cuento. Procede menos que mirando los melocotones que metes en la bolsa. Y me canso mucho cuando me aburro.

Llegamos el jefe y yo casi a la hora de comer. Llego sin muchas ganas de hacer nada y de dos a tres estoy hablando con rizos ingrávidos, recordamos personas, nos contamos anécdotas, hablamos de sus niños y le tiro el tirante del sujetador. Me tiene mucha paciencia porque siempre le tiro de algo, del pelo, de la manga, de la ropa por la espalda, la abrazo en plan torpe y le aplasto las gafas en la cara, le huelo, como huele Moonriver las cosas, el perfume que lleva, le doy a l a botella de agua cuando esta bebiendo. Y no siempre me pega y cuando me pega sólo hace ruido porque me da en el antebrazo y no duele.

Como en media hora y subo a la oficina y lío al que se sienta frente a mí para tomar otro café. Me gustan mis compañeros argentinos, con sus barbas y su ingenio. La rubia pija y guapa con media melena que fuma abajo, de otra empresa, cada vez me parece más una muñequita, con ese perfil respingón y las mejillas rojas, el pantalón negro ceñido y su chaqueta de verano y zapatos rosas, casi fucsia. Su amiga morena es igual de pija, igual tiene la nariz demasiado grande, o más bien los agujeros de la nariz, pero tiene unos ojos negrísimos, llenos de algo.

La secre llega por la tarde con su guitarra acústica nueva. Luego me pasa una página y miramos por internet alguna de las epiphone o fender que me quiero comprar. A última hora mientras hago otra cosa me arranco un pelo de la barba. Es largo y pelirrojo, hermoso. Ese castaño rojizo y claro, tan bonito. Me lo quedo mirando. Hora y media más tarde estoy con la compañeraV en el bar de luz roja y paredes rojas de la calle Rauric. Estamos reuniendo monedas para llegar a los cinco euros que a esas horas nos van a costar los dos gintónics, el segundo para cada uno. Salimos a las nueve y cuarto y aun es muy de día. Todo bien.

miércoles, junio 04, 2008

3 de junio

Las cortinas, la noche, la espantosa luz esférica demasiado baja. Tanto que si me siento debajo al levantarme me doy en la cabeza. Eso determina la posición del sofá que era de mis padres y mi hermano. Llevo dos años queriendo otro pero desde hace dos meses me gusta cada vez más. La estructura de madera tan curva y las flores dibujadas en un tejido blanco. Además, cuando vivía con mi hermano y mis padres era el sitio donde más a gusto estaba, a pesar de otro estupendo sofá negro enfundado en cuero. Con un cojín entre mi cabeza y uno de sus brazos y las pantorrillas sobre el brazo de madera de la otra plaza, orientado mi cuerpo hacia la tele y tal vez con Moonriver, el gato, sobre el pecho. Precioso gato con unas orejas afiladas, tiernas y finas, que cerraba los ojos al hablarle acariciándole las orejas negras de gato siamés, frías y alertas. Hay que fijarse en las orejas de los gatos, si todo le da igual, si se enfada, si juega, si una está tiesa porque está pendiente de algo. Era divertido cuando era pequeño y confundía las cosas. Cuando jugaba a pelearse con nosotros o simplemente estaba juguetón arrugaba las orejas hacia atrás, como si estuviera enfadado. Mi madre le decia:

- No posis orelles de dolent!

Cuando hacía alguna trastada mi madre le gritaba “pocavergonya”.

Marta tiene un gato que se llama “Trasto”. Es joven, no como el mío que ya tiene doce años. El sábado al salir de la oficina me dijo que iba el cine con dos amigos, yo estaba casi arrastrándome y sólo quería cerveza fría. Casi no tenía conversación pero le conté algo y le dije algo que había leído en Mortal y Rosa. No sé si era de Umbral o lo citaba, pero le dije lo de qué mundo es éste que permite niños enfermos. Obvio que es algo no racionalizable y por tanto algo poético. Tal vez tenga algo de filosófico al preguntarse el qué, pero se resuelve rápido y se impone la poesía. Sólo queda la poesía de preguntarse cómo es posible. Cómo y mil veces cómo. La poesía concretada en conversación cansada. Pensé en que cuando le contaba algo no acumulaba sal en los ojos, ni siquiera me fallaba la voz, como siempre me había pasado cuando le cuento lo que a ella le contaba, las pocas veces que lo he contado.

Ayer lunes todo empieza a bajar aflora la neura. Treinta días trabajando alterado. La neura viene por algo que podía haber sido cualquier cosa y me pongo a sudar. Al aparcar hoy el coche a las diez vuelve la neura pero de otra forma, la neura de la neura, el porqué de la neura, siempre son por algo las neuras, ni que sea por neurosis. Me sucede como con la timidez, mis neuras son hacia adentro, tan hacia adentro que lo más que emergen es en sudores en la almohada

La tele, el ordenador sin conexión y busco algo que acaba siendo las útlimas gotas de Cardhu que habían quedado del año pasado con un hielo en una taza rústica (de verdad, no de souvenir, me llegaron por una tía mía y que habían sido una tía suya, a la vez que abro una botella de Vichy Catalán. Me sabe raro el Cardhu, después de meses en que el único whisky que tomaba era de Tennessee.

Por lo de las barbas y las flores ayer y hoy le doy vueltas al Poeta en Nueva York. Ya iba a apagar la luz cuando lo abrí. Seguía en lo que me hace de mesita de noche. Lo compré otra vez en la Casa del Libro de Gran Vía en agosto pasado porque en julio mío lo regalé.

domingo, junio 01, 2008

1 de junio

Se me aparece en sueños del fin de semana el rinoceronte de piel fina, tan fina que un roce de alfiler romo le desboca, si es que lo rinocerontes se desbocan, que no lo sé, pero temo ese cuerno descontrolado que hiere por torpe más que por malo.

Harto y cansado y no puedo pisar hierba húmeda, sólo resbalarme en la calle. Sólo me apetecen estos días cosas simples y agradables, pisar hierba descalzo, cerveza fría, conversación tranquila, la luna despejada, películas de John Ford, que haya veinte grados cuando anochezca.

Todo con mariposas en la barba, con las que sigo. (Lorca, más abajo)

Algo de Whitman

1)

Me entrego, a mí mismo, al barro,
para brotar en la hierba que amo.


2)

Retoza conmigo sobre la hierba, quita
el freno de tu garganta,
no quiero palabras, ni música,
ni rimas, no quiero costumbres
ni discursos, ni aún los mejores,
sólo quiero la calma, el arrullo de tu
velada voz.




De la Oda a Walt Whitman de Lorca

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.





También serviría algo de Dylan:

Construirme una cabaña en Utah
Conseguir una esposa, atrapar una trucha arcoiris
Rodeado de niños que me llamen “Papa”
Eso debe ser de lo que se trata